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Channel: Después del hipopótamo
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‘En la cima del mundo’

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CUADERNO DE ROBOS XII

Hace décadas que se convirtió en un mito.  Probablemente, muchos de quienes tuitean sus frases ignoran que aún está vivo, pero todos los días sus citas recorren Twitter con la velocidad de uno de sus puñetazos. Siempre será altivo, provocador y joven.

Creo que no supe quién era realmente Ali hasta que vi When we were kings. Era imposible no quedar fascinado por este tipo tan espectacular dentro y fuera del cuadrilátero, un campeón que perdió sus mejores años por negarse a ir a Vietnam, que eligió su propia fe, su propio nombre.

Hace cuatro años, 451 editores publicó ‘En la cima del mundo, un reportaje de Norman Mailer sobre el primer combate entre Ali y Frazier. Lo reseñé en El pulgar de Dios, pero el vídeo se perdió en la mudanza del blog. Aquí van algunas frases del gran retrato de Mailer, que comienza con la voz del propio Ali.

El gigante del ego

Soy joven, soy guapo, soy rápido, soy elegante y probablemente no pueda ser golpeado. He cortado árboles, he luchado contra un cocodrilo, me he peleado contra una ballena, he encerrado rayos y truenos en una prisión, incluso la semana pasada asesiné a una roca”. Ali, en la entrevista previa a su combate con George Foreman: lo podéis ver aquí.

Es la palabra de nuestro tiempo. Si este siglo ha aportado algún término a la potencialidad de la lengua, esa es ‘ego’. Todo lo que hemos hecho en estos cien años, desde las proezas monumentales hasta las pesadillas de destrucción de la humanidad, ha estado en función de ese extraordinario estado mental que nos da autoridad para declararnos seguros de nosotros mismos aun cuando no lo estamos. Muhammad Ali se presenta como el más perturbador de todos los egos. Una vez que se adueña del escenario, jamás amaga con dar un paso atrás para ceder su lugar a los demás actores”.

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El lenguaje del boxeo

Existen lenguajes del cuerpo. Y el boxeo profesional es uno de ellos. No hay forma de llegar a comprender a un boxeador a menos que se esté dispuesto a reconocer que habla mediante un control corporal objetivo, sutil en su inteligencia como cualquier ejercicio mental…

El boxeo es un diálogo entre cuerpos. Hombres ignorantes, a menudo negros, a menudo casi analfabetos, se comunican entre sí en un juego de intercambios conversacionales que se adentran en el corazón mismo de la materia del otro. La única diferencia es que conversan con su físico (…) dos hombres que conversan amistosamente mantienen una conversación”.

Sólo podemos intuir lo que ocurre en su interior mediante un salto de la imaginación que nos permita acceder a la ciencia inventada por Ali. Pues Ali es y será siempre el primer psicólogo del cuerpo”.

Jugaba con los golpes, podía ser tierno con ellos, los aplicaba con la delicadeza de quien pega una estampilla en un sobre, luego los descargaba como relámpagos”.

MUHAMMAD ALI CONTRE BRIAN LONDON EN 1966

El pulgar de Dios

Podría decirse que los pesos pesados son los más lunáticos de todos los boxeadores. Cuanto más se acercan al título de campeón, más natural es que asuman una pequeña locura secreta, pues el campeón de los pesos pesados bien puede ser considerado el hombre más fuerte del mundo. Y es muy probable que en efecto lo sea. Es como convertirse en el pulgar de Dios”.

Ser un campeón de los pesos pesados negro en la segunda mitad del siglo XX (con montones de revoluciones negras abiertas a lo largo y ancho del planeta) no distaba de ser una combinación entre Jack Johnson, Malcolm X y Frank Costello, todos en uno”.

Un hombre en el ring es un actor y un gladiador. Con una técnica elaborada desde los doce años, Clay sabía cómo hacer que el oponente se sintiera ridículo, obligándolo de este modo a cometer errores cruciales. Sabía cómo imponer esa tónica desde el primer asalto”.

‘En la cima del mundo’. Norman Mailer. 451 editores. Madrid, 2009. 120 páginas, 14,50 euros.

Para saber más, os invito a ver el reportaje de Paco Grande en el programa ‘Conexión Vintage’, de Teledeporte. Podéis verlo aquí.



Funambulista

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DIARIO DE COWBOY

Rodeo mi carne de un muro de acero. Pongo el candado a la máquina de sueños y dejo la pértiga en el armario de riesgos prohibidos, entre cajas de ron y un millón de cigarrillos. Encierro la vida en una pantalla. Mirar es más fácil que vivir, casi indoloro. Hasta que llegas tú. Y desenfundo la pértiga, me descalzo y vuelvo a hacer avanzar sobre la barra de acero. Es muy difícil mantener el equilibrio con el peso de la armadura, mirando a un vacío en el que no hay red. La pantalla sigue encendida. Una tentación, volver atrás ante el primer resbalón, cuando tu silencio se convierte en el NO más ruidoso que nunca me han dicho y dejo de soñar. Renunciar a volver a sentir cómo el viento me balancea, el cable de acero se clava en la planta de mis pies y la pértiga pesa cada vez más. Dejar de sentir para volver a acumular horas de vuelo en simulador. Muevo la pértiga, me retuerzo, la estiro y aprieto el botón de apagado. No quiero volver atrás. Nunca. Suspiro del público, sudor en los ojos, tímidos aplausos. Fundido a negro.


‘Los surcos del azar’

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Todos los libros llevan a otros libros, pero algunos son un auténtico trampolín. Nada más terminar Los surcos del azar’ me balanceé sobre la tabla, cogí impulso y me lancé enseguida al índice de La última gesta’. Necesitaba saber más sobre Miguel Campos, el anarquista de la Nueve a través de cuya vida Paco Roca ha reconstruido en su novelón gráfico la aventura de los republicanos españoles que combatieron en la IIGM. Soldados por azar que combatieron durante siete, ocho, nueve años, en dos continentes y un puñado de países. Hombres que lo perdieron todo con Franco y apenas lograron unas líneas en los libros de Historia tras vencer a Hitler.

El 14 de diciembre de 1944escribe Secundino Serrano en ‘La última gesta’ -, en el curso de una patrulla en Alsacia, la vida de Campos entró en una nebulosa: historiadores y testigos no coinciden en sus noticias. Unos apuntan que murió en una emboscada (…) La mayoría sospecha que desertó (…) Un final de leyenda para un personaje mítico”.  Roca lo reencuentra en una ciudad de Francia de cuyo nombre no quiere acordarse, un martes lluvioso y otoñal, nonagenario con muleta, dolencia crónica en el hígado y una memoria encerrada en una caja fuerte. Cual ladrón habilidoso, el dibujante mueve la cerradura con suavidad, hasta lograr que el viejo Campos revele sus secretos.

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Los surcos del azar’ comienza un martes sin fecha y termina siete días más tarde, en la escala de grises con la que Roca retrata nuestro presente. Sin moverse de la cocina y el cuarto de estar de la casa del anciano, Roca nos lleva a través de la conversación con Miguel Campos  a un viaje que se inicia en el puerto del cercado Alicante, donde miles de republicanos intentan escapar de una ejecución probable y una prisión segura, a finales de marzo de 1939. “Continuamente debíamos tomar decisiones sobre nuestro futuro que no sabíamos dónde nos llevarían”, reflexiona Campos, mientras Roca traza los mapas del éxodo republicano: a los campos de concentración de las playas del sur de Francia, a los desiertos de Argelia…

Campos, un anarquista canario que podría haber sido un personaje de El corto verano de la anarquía’, de Enzensberger – ¡otro libro para releer! – se alistó en el ejército francés y terminó combatiendo en la novena compañía de la Segunda División Blindada del general Leclerc. Soldados españoles con uniforme y armas estadounidenses, mandados por oficiales franceses, como el capitán Raymond Dronne, que les llamaba sus cosacos. Una banda de hermanos cuyas ideas políticas reflejaba la división republicana: socialistas, anarquistas, comunistas… Les unía el deseo de ganar a Franco derrotando a Hitler, la reflexión lógica de que la caída del nazismo implicaría el final de la dictadura en España.

Los surcos del azar

No lo lograron, claro, y su derrota fue nuestra derrota. “Las pérdidas republicanas de la División Leclerc – escribe Secundino Serrano – en territorio francés y alemán resultaron desproporcionadas. Así, de los 144 españoles que desembarcaron en Normandía sólo llegaron a Berlín 16 hombres”. Eran muy pocos para cambiar nada, pero la Historia les brindó la oportunidad de ser las primeras tropas aliadas que entraron en París, en sus blindados estadounidenses bautizados con nombres de victorias republicanas: Guadalajara, Teruel, Madrid…, con la tricolor española ondeando en las antenas de sus radios. “¡Han llegado!” titula Liberation  el viernes 25 de agosto de 1944, con una foto de un sonriente Amado Granell.

 Amado Granell liberando París

Era un reto dificilísimo contar la historia de la Nueve sin enredarse en el mito. Roca lo ha resuelto utilizando el color como un recurso narrativo, mezclando los grises del presente con un pasado en color, también en varias tonalidades, para diferenciar la luz del desierto africano de la primavera inglesa o el verano francés. Con su narración cinematográfica, ha creado una película que ya no hace falta rodar. Cada viñeta es un plano y ninguno es innecesario.  Lo mejor es que el retrato de Roca del presente del anciano es tan interesante como la aventura del joven.

Para qué llamar caminos a los surcos del azar escribió Antonio Machado muchos años antes de que el último surco de su vida le llevase a morir como exiliado, a descansar para siempre en el pequeño cementerio de Collioure. Imposible encontrar un título mejor para contar la historia de estos hombres casi olvidados. Roca rinde homenaje al poeta, al que retrata con la mirada perdida entre la columna de refugiados, pero con este novelón gráfico  cumple también el célebre verso de Cernuda: Recuérdalo tú y recuérdalo a otros”, una frase que ya robó Ronald Fraser hace muchos años para titular su libro. Otro libro para leer, o releer, este 2014. Otro salto en trampolín.

Los surcos del azar’. Paco Roca. Astiberri Ediciones. Bilbao. 2013. 328 páginas, 25 euros.

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Pd.: En este enlace podéis disfrutar de los dos primeros capítulos. ¡De nada!


’14′, la guerra centenaria

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John Singer Sargent, GassedHay una voluntad de contar lo máximo con lo mínimo, un reto que comienza desde el título. Con dos números, Jean Echenoz evoca la guerra que acabó con el siglo XIX, la contienda de la artillería, la ametralladora y el fango, la primera gran matanza industrial.  En la minimalista 14’, Echenoz nos lleva a las trincheras de la  Gran Guerra y admite desde el principio que todo está contado ya, que no hay nada nuevo que él pueda mostrarnos, salvo, quizá, reducir los cuatro años de guerra a una historia de sólo un centenar de páginas, con letra amplia e incluso alguna página casi en blanco.

Cuenta Echenoz a Miguel Mora que llegó a la Primera Guerra Mundial por azar. Quizá si no hubiese leído el diario de guerra de un tío abuelo de su mujer, nosotros no podríamos disfrutar de 14’, que, tan oportunamente, ha llegado unos meses antes del gran centenario. No hay una palabra de más en este libro breve que invita a ser releído nada más terminarlo, aunque sepamos, casi desde el principio, que Charles, Anthime, Bosis, Paliodeu y Arcenel, amigos que parten a la guerra entre los vítores y aplausos de su pueblo, nunca regresarán ilesos.

Echenoz evita detenerse en la vida en el frente, la locura de la batalla, la soledad del soldado que elude la muerte con el pago de uno de su brazos. “Muchas veces – admite también a Miguel Morala manera de escribir la decide el tema que eliges. Y curiosamente este libro tiene frases más largas que los libros anteriores, hay más adjetivos y está construido de otra forma”.  El resultado es una miniatura perfecta, demasiado incluso. Porque, como escribe José Andrés Rojo, Echenoz se ha tomado la molestia de no llenar la narración con hojarasca inútil“. Y, sin embargo, a veces deseas que a este bonsái le crezca de repente una rama rebelde y frondosa.

Por momentos, está a punto de suceder, pero Echenoz esgrime enseguida sus tijeras de podar: Todo esto se ha descrito mil veces…”Es sabido lo que vino después”. ‘14’ funciona así como un estilizado prólogo de una guerra de la que nunca sabremos lo suficiente. Una invitación para releer, o descubrir, clásicos tan distintos y necesarios como Tempestades de acero’, Los cañones de agosto’, ‘Adiós a todo eso’ o Los siete pilares de la sabiduría’. Una entrada a la pinacoteca de la Gran Guerra, de la académica Gaseados’,  que ilustra estas líneas, a las pinturas y grabados expresionistas de Otto Dix. Un billete, en fin, para entrar en este centenario sin sentirnos abrumados en la pasarela de embarque.

‘14’. Jean Echenoz. Editorial Anagrama. Barcelona. 2013. 104 páginas, 10 euros.

otto-dix-1924-021-battlewearyPd: ¿Qué parece más real: la idealizada columna de soldados británicos cegados por el gas mostaza o este grabado de una columna alemana caótica y vencida? Yo no tengo dudas. Os invito a saber más sobre las pinturas y grabados en los que Otto Dix retrató el horror de la Gran Guerra. Sólo hay que pinchar aquí.


Marcovaldo, el prisionero de la ciudad

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Marcovaldo Alessandro Sanna

He aquí un caballero en su corcel, presto a iniciar su nueva aventura. Su lanza es una caña de pescar prestada. Su rocín, un ciclomotor. Su yelmo, una gorra de obrero gastada. Su grial… bueno…, su grial esta vez es un simple pez, una modesta tenca. Ningún escudo le protege, pero este hombre con nombre de caballero medieval lleva una armadura invisible, una capa de inocencia que le protege de los monstruos urbanos que le acechan y atacan desde que se levanta hasta que se acuesta.

Marcovaldo carga y descarga cajas ocho horas al día, riega las plantas de los pasillos de la empresa, quita la nieve cuando impide que el coche del director general pueda acceder al garaje… Es un chico para todo que ronda los cuarenta, pero no es infeliz por su  trabajo. A Marcovaldo no le molesta su celda – primero un semisótano húmero, después una buhardilla con goteras -, sino la prisión de asfalto y hormigón en la que vive, donde la naturaleza es una intrusa molesta.

Marcovaldo, Domitilla y sus cuatro hijos son más míseros que pobres, nunca tienen dinero, sólo deudas que les cercan, bestias siempre prestas a pegarles una dentellada. Marcovaldo, como Carpanta, sueña siempre con comida y siente siempre la nostalgia de árboles y animales, la añoranza de un paraíso donde el agua de los ríos no está contaminada y el aire no es una boina negra.  Bienes que ha perdido en la ciudad, donde el brillo de los carteles publicitarios le roba incluso la luz de la luna y las estrellas.

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Marcovaldo – escribe Italo Calvino en el prólogo - “es la última encarnación de una serie de cándidos héroes pobres diablos a lo Chaplin, con una particularidad: la de ser un Hombre de la Naturaleza, un Buen Salvaje exiliado en la ciudad industrial (…) cabría definirlo como “inmigrante”, si bien esta palabra no aparece nunca el texto; quizá la definición resulte impropia, porque en estos cuentos todos parecen “inmigrantes” en un mundo extraño del que no pueden escapar

Siempre pensé que este personaje larguirucho era el protagonista de una historia medieval.  Me engañó su nombre, pero también la hermosa trilogía de nuestros antepasados: El vizconde demediado’, El caballero inexistente’ y El barón rampante’. Novelas que, como ‘Marcovaldo’, presuntamente, todos debimos leer en nuestra adolescencia, ni antes ni después. Pero lejos de vivir en la Edad Media o en la Ilustración, Marcovaldo es contemporáneo de Calvino y sus relatos son una crítica feroz y temprana, muy temprana, a nuestra sociedad de consumo.

Más que la miseria – escribe Calvinose denuncia un mundo donde todos los valores se convierten en mercancías que vender o comprar, en el que se corre el riesgo de perder el sentido de la diferencia entre las cosas y los seres humanos, y todo se mide en términos de producción y consumo”.  Y la denuncia llega en 20 divertidos relatos, uno por cada estación del año. Fábulas donde Calvino nos regala imágenes fantásticas, espejismos poéticos en medio de una película neorrealista en blanco y negro.

Marcovaldo Alessandro Sanna 1Hace décadas que Marcovaldo’ se convirtió en un clásico, pero la crisis provoca que lo leamos con otra mirada.  “En casa de Marcovaldo aquella noche se había terminado hasta la última astilla – escribe Calvino en ‘El bosque de la autopista’ -, y la familia, abrigada hasta los ojos, veía en la estufa empalidecer las brasas y brotar nubecillas de sus bocas a cada respiro. Nada decían ya; las nubecillas hablaban por ellos: la mujer las expulsaba largas largas como suspiros, los hijos las soltaban absortos como pompas de jabón y Marcovaldo las disparaba al techo como destellos que al momento se disipan”. Marcovaldo y sus hijos salen a buscar madera para alimentar la estufa hambrienta. No te robaré la sorpresa, pero mientras leía el relato recordé los bosques y parques talados de las ciudades griegas, la nube negra que oculta el cielo y contamina su aire en nuestro presente, ahora que la fábula se ha convertido en una noticia triste.

Marcovaldo o sea las estaciones de la ciudad’. Italo Calvino. Libros del Zorro Rojo. Barcelona. 2013. 192 páginas, 24,90 euros.

Pd.: Las ilustraciones de esta hermosa edición de las desventuras de Marcovaldo son de Alessandro Sanna. Os invito a visitar su página.


‘El hombre que estaba allí’

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Diario Ahora asesinato teniente Castillo y Calvo Sotelo

En esta primera página del diario ‘Ahora’ está todo el oficio y la ética del que, para los mejores, ha sido el mejor periodista español del siglo XX. Es martes, 14 de julio de 1936, y sólo quedan tres días para que el golpe de Estado contra el gobierno de la República se inicie en el Protectorado marroquí. El domingo, dos hombres han sido asesinados en Madrid por sus ideas políticas. La noticia no se publica hasta el martes porque el lunes los periódicos descansan.

Manuel Chaves Nogales, que dirige el diario ‘Ahora’, divide la portada en dos. A la izquierda, el primer asesinado: el teniente de los Guardias de Asalto José Castillo, simpatizante socialista. A la derecha, el ex ministro de la CEDA y diputado José Calvo Sotelo, ejecutado horas después como represalia. Mientras muchos periódicos defienden a su muerto, Chaves recuerda a los lectores que estos dos hombres que nos miran a la cara son los muertos de todos, que sus asesinatos son igual de execrables, que “hay que cerrar definitivamente las esclusas de la violencia y el barro”.

Los generales que conspiraban desde hacía meses no le escucharon. Los vencidos en la guerra que siguió tampoco le reivindicaron. Pero en el elogio de esta portada única coinciden Soledad Gallego-Díaz, Antonio Muñoz Molina, Jorge Martínez Reverte y Andrés Trapiello, que llega a su entrevista con un ejemplar de aquel ‘Ahora’ bajo el brazo. “Compara lo que escribió mucha gente, – dice Muñoz Molinacómo mucha gente se llevó llevar – porque es muy fácil dejarse llevar por la idiotez, por el fanatismo -. Lo asombroso de este hombre es que en medio de esas circunstancias – y no retrospectivamentemantuvo una claridad mental, una elegancia de estilo y una lucidez política completamente insobornables”.

Manuel Chaves Nogales

Escribo “dice” porque Muñoz Molina habla a la cámara, mientras Daniel Suberviola y Luis Felipe Torrente le entrevistan para dar forma a El hombre que estaba allí’, el primer documental sobre Chaves Nogales, rodado con más voluntad que medios en un piso vacío con una Remington de atrezo. “Es raro – dice Trapielloque nadie se preguntara nunca durante cincuenta años qué ha sido de Chaves, qué hemos hecho con Chaves. En una novela policía esto sería lo primero que nos llamaría la atención”. Todavía hoy, Chaves Nogales, cuya obra está más viva que nunca en las librerías, sigue siendo un desconocido para demasiados. Andrés Trapiello, fascinado por el prólogo magistral de ‘A sangre y fuego’, convirtió la segunda edición de  ‘Las armas y las letras’ (1994) en el mejor altavoz que Chaves había tenido tras décadas de olvido. Antes, mientras, ahora, Pilar Cintas se sumergía en las hemerotecas para rescatar los artículos de Chaves y regalarnos esa maravilla que es su obra periodística (casi) completa, que ya va por los tres volúmenes en la última edición, sin duda los más importantes que haya publicado nunca una diputación.

Una exageración, tal vez, como las que a veces decimos todos los que admiramos a Chaves y maldecimos a nuestros profesores por no descubrírnoslo. Corremos el riesgo de convertir a Chaves en lo que nunca fue, ni quiso ser, un santo. Sólo hasta la cuarta entrevista de ‘El hombre que estaba allí’ escuchamos por fin que no fue Chaves sino Eugenio Xammar, colega y periodista a sus órdenes en ‘Ahora’, nuestro hombre en el Berlín nazi.  Es Jorge Martínez Reverte quien, después de decir que Chaves es el mejor periodista español del siglo XX, nos cuenta que fue un tipo mimado por sus jefes, y por él mismo, y que gracias a esos mimos profesionales pudo recorrer Europa en avión, entrevistar a los rusos blancos exiliados en Francia, escribir la biografía de Belmonte… cumplir su lema de “andar y contar”. Como el tipo sobrio que disfruta la fiesta con la copa aún medio llena, Reverte nos avisa de que la alegría por recuperar un nuevo texto de Chaves, puede hacernos creer que La defensa de Madrid’ está a la altura de La agonía de Francia’.

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De todas las entrevistas, la más conmovedora es la de la hija mayor del periodista. Pilar Chaves Jones vio cómo un día su padre abandonaba su casa de exiliados en París para escapar de los nazis que le perseguían en París. Nunca se reencontraron. El periodista moriría en Londres, unos meses antes de que los aliados desembarcasen en Normandía. No tengo dudas de que Chaves, que tan bien contó la fulgurante caída de Francia en 1940, habría narrado de forma magistral el avance aliado. Pero en la entrevista a Pilar no es al mito al que vemos sino al hombre, el padre cuya pajarita aún guarda su hija como un tesoro, como una niña.

 ‘El hombre que estaba allí’. Daniel Suberviola y Luis Felipe Torrente. Editorial Libros.com. Berlín, 2013. 155 páginas, 26 euros.

Pd.: El dvd que acompaña el libro contiene las únicas imágenes en movimiento de Chaves Nogales… hasta ahora. Aunque se descubrieron hace apenas unos años, no eran inéditas cuando emprendieron su documental. Pero nadie antes que ellos supo mirar en los márgenes y descubrirnos al hombre que estaba allí, el día en que Niceto Alcalá Zamora fue proclamado presidente de la Segunda República. Sólo por ese saber mirar se merecen estar nominados al Goya al mejor corto documental. ¡Enhorabuena!


‘En el mapa’

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Mapamundi de Facebook en 2010

¿Dónde estamos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Sólo un mapa puede responder de golpe a estas preguntas esenciales. Incluso puede decirnos quiénes somos. En En el mapa’, Simon Garfield cuenta la historia de la cartografía a golpe de anécdotas y entre sonrisas y sorpresas narra la historia del mundo. Su retrato se dibuja primero en tablillas de arcilla, papiros y pergaminos, se imprime después en hermosas láminas y se traza ahora en pantallas digitales, conectando por ejemplo el número de usuarios de Facebook o Twitter.

Sea cual sea su soporte, un mapa siempre ha sido y será una herramienta de poder.  “¿Qué hacía de los venecianos unos cartógrafos tan competentes y de sus mapas la envidia de Europa? – escribe Garfield – En general, el poder”. Un poder terrenal que abre también las puertas del cielo y el infierno. Olvidados los avances de Ptolomeo y Eratóstenes, los mapamundi medievales se presentan como una declaración política, filosófica o religiosa: Jerusalén siempre está en el centro del mundo. Garfield pone como ejemplo uno de los más feos: el mapamundi de Hereford - que aparece bajo estas líneas -, un auténtico rompecabezas repleto de monstruos, donde no hay longitud ni latitud que valga.

Mapamundi de Hereford

Los mapamundis ficticios de la Edad Media comparten una constante que se repite en todos los mapas. No importa la época ni el lugar, como un político que aspira a su victoria electoral, el creador de un mapa siempre sitúa su ciudad, su país, su continente, en el centro. Quizá por el mismo deseo que nos lleva a casi todos a reaccionar igual ante un mapa: siempre buscamos dónde estamos. Aunque, si miramos un mapa, quizá no estemos donde realmente creemos estar. Porque todos los mapamundis nacen de una proyección – el mapa es plano pero la Tierra es una esfera –  y no hay proyección perfecta, pero como tan bien nos contó Aaron Sorkin en ‘El ala oeste de la Casa Blanca  nos gusta la que tenemos.

Todavía hoy, casi quinientos años después, seguimos utilizando la de Gerardus Mercator. “Está plagada de distorsiones – escribe Garfield – y los países aparecen muchas veces más grandes de lo que en realidad son. Sin embargo, asombrosamente, sigue siendo en lo esencial el mapa que utilizamos hoy (…) Es el icono definitivo de nuestro mundo”.  Así que Europa es mucho más grande que Sudamérica, cuando en realidad ésta duplica al Viejo Continente. Y África parece casi igual que Groenlandia cuando en realidad es 14 veces más grande. ¿Nos importaría más África si no la viéramos tan erróneamente pequeña? No hace falta responder.

El verdadero tamaño de África

Las proyecciones distorsionadas pueden indignar, pero no son tan divertidas como los fallos de bulto que tenían los mapas hasta hace menos de un siglo. Algunos, como convertir California en una isla, son el resultado de una errata que se perpetúa de forma absurda durante décadas. Hasta que un capitán decide circunnavegar la falsa isla y descubre, claro, que es imposible. Pero la gran mayoría nacen del terror de los autores a los espacios en blanco. El mejor ejemplo son el centenar largo de islas falsas que salpicaron el Pacífico durante más de cien años, inventadas por navegantes intrépidos deseosos de que su nombre pasase a la posteridad y aceptados por autores que temían un inmenso vacío azul. El farsante con más éxito fue el capitán Benjamin Morrell,  ’descubridor’ de Nueva Groenlandia del Sur, una isla cercana a la Antártida que vivió en los mapas casi un siglo.

Mapa de California como una isla

Habría sido preferible que llenasen el hueco con la leyenda “Hic sunt dracones”  – “Aquí hay dragones” -, demasiado bella para morir aunque Garfield argumente que fue un invento romántico y que nunca hubo mapa medieval con tan sugerente frase. Agotada la posibilidad de inventarse una isla, ahora que gracias a Google Maps tenemos el mundo en el bolsillo, los mapas se esfuerzan por contarnos otras realidades, más o menos útiles.  Desde el despligue de las tropas rusas en Crimea, hasta el grupo musical preferido en cada uno de los estados de EE.UU.  ‘En el mapa’ termina con esos otros mapas que nos rodean, desde las parodias del popular mapa del metro de Londres que trazó Harry Beck en los años treinta del siglo XX – el preferido de Garfield – hasta  infografías geopolíticas. Es el final del recorrido más ameno y divertido por la historia de la cartografía que he leído. Afortunadamente, en una edición cuidada y muy bien ilustrada.

‘En el mapa. De cómo el mundo adquirió su aspecto’. Simon Garfield. Editorial Taurus. Madrid, 2013. 478 páginas, 21 euros.

Pd. (16/3/14): Hoy he descubierto esta cuenta de Twitter llena de mapas interesantes: @Amazing_Maps y este más que interesante ‘Atlas de Justicia Ambiental‘, que muestra el impacto de los conflictos ecológicos (y económicos) en el mundo.

 


Cuentan que la Bella Durmiente nunca despertó de su sueño

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Recuerdo a Panero tumbado en un banco de Moncloa, mendigo sin versos. La botella medio vacía, la ropa sucia, la mirada perdida. Recuerdo a Panero como un niño travieso, jugando con una lata vacía de esa Coca Cola que se había convertido en su sangre, mientras Sánchez Dragó le llamaba al orden en ‘Negro sobre blanco’. Recuerdo a Panero en las conversaciones apasionadas con mi amigo Edu, en la barra de cinz de algún bar de Malasaña. Pensábamos que era el más genial de todos los poetas, hasta que tuvimos que admitir que sí, que estaba tan roto que ya no podía escribir un gran poema.

Recuerdo a Panero en la tertulia que creó Javier Sardá en ‘La ventana’, en la que un puñado de locos cuestionaban con sus certezas nuestra lucidez. Fue la primera vez que escuché su voz oscura, ronca de tanto fumar y beber.  Recuerdo a Panero en El desencanto’, ese documental de terror que tantas veces me han contado y siempre me ha dado miedo ver. Ese retrato de la familia Panero que quizá lo explique todo o tal vez no explique nada.  Y en la que leo ahora, en la noticia de su muerte, el poeta dice: En la infancia vivimos, después sobrevivimos”. Recuerdo que una vez compré una antología de su hermano Juan Luis y pensé que había sido un error.

Dicen hoy sus editores que “era todo ternura”, pero debió ser imposible vivir con él, estar con él, ser él. Hoy, cuando ya no compramos libros porque no tenemos espacio, cuando en las librerías los juguetes de Lego ocupan más espacio que la sección de poesía; hoy, cuando reconocemos que el poeta tenía razón, que era España la que estaba loca, los versos de Leopoldo María Panero vuelan en Twitter como estrellas fugaces. Lloraremos su muerte los que apenas le leímos, Carlos del Amor le hará una pieza y, tal vez, en alguna televisión privada se atrevan a hacer unas colas con imágenes robadas de Youtube. Admitiremos, en fin, en voz baja, que no estaba loco cuando nos avisó que la Bella Durmiente nunca despertó de su sueño.

‘Poesía Completa. 1970-2000′. Leopoldo María Panero. Editorial Visor. Madrid, 2001. 592 páginas, 15 euros.

‘El contorno del abismo. Vida y leyenda de Leopoldo María Panero’. J. Benito Fernández. Editorial Tusquets. Barcelona, 1999. 408 páginas, 8,95 euros.

Pd.: De todos los obituarios veloces que he leído esta mañana el que más me ha gustado es el que Manuel Llorente ha publicado en El Mundo con su título grito: ‘¡No me abandonéis, no me abandonéis!‘. Podéis leerlo pinchando aquí.

Pd 2: En esta tele privada no hicieron colas. Afortunadamente, me equivoqué. Gracias @TxemiTerroso y @sotosinmas.

Pd. 3 (7/3/14): Hoy, Joaquín Araújo recuerda su amistad con el poeta, que se forjó en los años decisivos de la adoslescencia y primera juventud. “No sé si debería escribir todo lo que de él recuerdo algún día” dice Araújo en un hermoso artículo en el que recuerda los años vitales que compartieron juntos en el Liceo Italiano, cuando Araújo tenía 15 años y Panero 14. Podéis leerlo pinchando aquí.



Ian McEwan y ‘El señor de las moscas’

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El señor de las moscas ilustrado por Jorge González 4Su éxito comienza en el enigma de su título, pero como otros grandes clásicos El señor de las moscas’ tuvo primero un nombre equivocado. ‘Strangers from Within’, el título original,  contaba lo que William Golding quería narrar sin invitar a la aventura o al misterio. Ni rastro de la oscuridad que emana de ese ser al que temes y deseas encontrar desde la primera línea. Cuenta la leyenda que la novela fue rechazada veinte veces hasta que encontró por fin su título auténtico. Gracias a él, uno de los mejores, sabemos que el paraíso en el que sucede la acción, una isla con playas de aguas cristalinas y selva esmeralda, es el escenario de un drama infernal.

No hay adultos, todos han muerto en un accidente de avión. Pero a los chicos supervivientes, a la mayoría de ellos al menos, la desaparición de los mayores no les preocupa demasiado. Su ausencia les ha regalado una libertad tan soñada como inesperada. Se acabaron los horarios estrictos para comer y dormir, las clases, los deberes, las demasiadas normas que cumplir. De golpe, se han desplomado los muros del internado, aunque la isla sea una cárcel sin barrotes. Un escritor del XIX, el siglo del progreso, habría escrito una fábula feliz con los pequeños robinsones, pero Golding, marinero en Normandía, maestro en la pobre posguerra inglesa, conoce demasiado bien a estos niños que rozan la adolescencia… y a los hombres que pueden llegar a ser.

Es lo que escribe Ian McEwan en el texto que acompaña la hermosa edición con la que Libros del Zorro Rojo celebra el sesenta aniversario de ‘El señor de las moscas’. Cuando la leyó por primera vez, McEwan tenía la misma edad que Ralph, Piggy y Jack, los tres grandes protagonistas de la novela. Como ellos, era un niño (de) internado, así que podía entender y sentir su miedo, su confusión, su fascinación por la violencia, su odio arbitrario, su crueldad con el diferente… Sabía, como contaría muchos años después en El jardín de cemento’, que la desaparición de los adultos llevaría al caos.

Del relato de la primera lectura de Ian McEwan de la novela de Golding he robado un puñado de líneas, ilustradas por las imágenes de Jorge González. Sus dibujos se oscurecen conforme el desconcierto y el miedo de los protagonistas avanza. Si uno dibuja lo que se lee me resulta aburrido, dice González. Entonces, ¿cómo ilustrar una novela? Su respuesta está en este vídeo de Canal Lector (aquÍ) en el que explica cómo trabaja. Para saber más sobre este argentino que nació en Venezuela y reside en España os invito a visitar su página web (aquí). Ojalá estas líneas hayan servido para  despertar en ti el deseo de leer y tener esta gran edición.

El señor de las moscas ilustrado por Jorge González 3CUADERNO DE ROBOS (XII)

Leí El señor de las moscas’ en el internado cuando tenía trece años, en una edición especialmente reforzada – sin ironía ni, probablemente, demasiado éxito – contra el salvajismo cotidiano de los colegiales (…) Era el tipo de libro que crujía la primera vez que se abría, y la cola de la encuadernación desprendía un olor ligeramente fecal, que pronto asociamos a chicos atiborrados de frutas tropicales a los que les había entrado un apretón en la playa. El texto era sorprendentemente claro, en armonía con las aguas límpidas de la laguna. Algo me habría llegado de la fama de la novela porque ya sabía que era un libro escrito por un adulto para que otros adultos le prestaran toda la atención.

En esa época ardía en deseos de entrar en el mundo de los libros de verdad. Empecé la primera página con avidez y leí demasiado rápido porque me quedó la idea de un chico con una cicatriz enorme y un pájaro capaz de hablar. Empecé de nuevo, esta vez más despacio, y me inicié, aunque entonces no podía saberlo, en el proceso mediante el cual los escritores le enseñan a uno a leer. No todas las cicatrices las llevan las personas, esa estaba en el entramado de la jungla. Y el chillido de un ave podía encontrar eco en el chillido de un niño, y por lo tanto parecerse a él.

El señor de las moscas ilustrado por Jorge GonzálezDos descubrimientos relacionados me proporcionaron un placer inmediato. El primero fue que, en un libro de adultos como éste, los adultos y todas sus preocupaciones grises e impenetrables no eran importantes. Me encontraba con las situaciones que poblaban mi imaginación y mis lecturas infantiles preferidas. Durante años había fantaseado con que, oportunamente y de manera indolora (no quería en absoluto que sufrieran), los adultos se esfumaban (…) Lo que era tan atractivamente subversivo y verosímil de Golding era la premisa de que en un mundo dominado por niños las cosas iban mala, de una manera horrible pero interesante. Y es que – y ese era el segundo descubrimiento – conocía a esos chicos. Sabía de lo que eran capaces. Había visto cómo lo hacíamos. Para mí, la isla de Golding era un internado apenas oculto.

Como coetáneo de Ralph, Piggy y Jack, me sentía muy próximo a sus problemas, el más urgente de los cuales parecía – ya que yo no quería que rescataran a los muchachos – la dificultad de discutir algo en grupo y llegar a conclusiones útiles (…) A los doce o trece años, con un poco de intimidad y necesidad, uno podía trazar una línea de pensamiento a solas, llegar a algún tipo de vaga conclusión. Hacerlo con un grupo de amigos era prácticamente imposible (…) No podíamos organizar nada nosotros solos. Los pensamientos que uno tenía se esfumaban. Golding lo sabía todo sobre nosotros. En ‘El señor de las moscas’ se me mostraban el desorden y las limitaciones de mi pequeña sociedad. Por primera vez en mi vida leía un libro que no dependía de personajes antipáticos o de villanos como fuente de tensión o maldad (…) A todas luces, no estábamos a la altura. No conseguíamos pensar con claridad, y en grupos suficientemente grandes éramos capaces de cometer atrocidades. Al tomármelo todo tan en serio, quiero pensar que en cierto sentido fui un lector ideal”.

El señor de las moscas ilustrado por Jorge González 5El señor de las moscas’. William Golding. Libros del Zorro Rojo. Barcelona, 2014. 296 páginas, 29,95 euros.

El jardín de cemento’. Ian McEwan. Tusquets. Barcelona, 1982. 156 páginas, 16 euros.


Kapuściński en Ucrania

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553-Kapuscinski

Lo leí, lo olvidé. Recorrí la U.R.S.S. en desvencijados trenes que recorrían el inmenso y agotado imperio mientras se rompía por todas sus costuras. Y lo hice a través de la mirada de uno de los grandes viajeros de nuestro tiempo, el periodista que defendía que los cínicos no servían para un oficio que, precisamente, está lleno de admirados amorales con tirantes. Leí El imperio’ mucho antes de que la ética de Kapuściński fuese cuestionada, cuando decir que él era el mejor de los mejores era una frase hecha y vacía que repetíamos sin parar. Sin salir de mi habitación, Kapuściński me llevó de ciudad en ciudad, de frontera a frontera, por aquel imperio soviético que ahora nos cuesta imaginar y que durante décadas rivalizó con Estados Unidos por el control del mundo hasta morir oxidado.

Ahora que Putin acaba de quedarse con Crimea sin iniciar una  guerra, he vuelto a las páginas de mi viejo ejemplar de ‘El imperio’ para intentar saber más de este país que tiene poco más de veinte años de vida, pese a su lengua y cultura centenarias. Kapuściński recorre Ucrania en vísperas de su independencia, meses antes de que la U.R.S.S. se desintegre para siempre, y, como en todos sus libros, cuenta lo que la mayoría de los periodistas elude: cómo vive la gente corriente que no protagoniza los titulares, hombres y mujeres tan agotados por  el sistema que se derrumba, que son todavía soviéticos y que, probablemente, lo seguirán siendo el resto de su vida aunque intenten evitarlo.

 “Simplificando mucho las cosas – escribe Kapuściński -, puede decirse que existen dos Ucranias: la occidental y la oriental. La occidental (la antigua Galizia, territorio que formaba parte de la Polonia de entreguerras – y antes del Imperio Austrohúngaro, añado yo -) es más ‘ucraniana’ que la oriental. Sus habitantes hablan  ucraniano y están orgullos de sentirse ucranianos hasta la médula. Aquí se ha conservado el espíritu nacional, la personalidad y la cultura del pueblo. La situación es muy distinta en la Ucrania oriental, con un territorio más grande que el de la occidental (…) aquí la rusificación fue más intensa y más brutal, aquí Stalin asesinó a casi toda la intelligentsia (…). La cultura ucraniana se ha conservado mejor en Toronto y Vancouver que en Donietsk y Járkov”.

Las dos Ucranias

Kapuściński nos muestra que para los ucranianos la Unión Soviética es Rusia. Desprenderse del yugo soviético es liberarse de una colonización que ha perseguido la lengua y la cultura ucraniana desde la época zarista. “La mitad de los cincuenta y dos millones de habitantes que tiene Ucrania o bien no hablan ucraniano o bien tienen unos conocimientos muy pobres. Los trescientos años de rusificación no han pasado en balde”. El periodista polaco cuenta cómo las maestras enseñan a los niños en los parques la lengua prohibida en los colegios, cómo la mayoría de los ucranianos no sabe quiénes son “sus escritores más preclaros del siglo XX”: Mykola Jvílov y Volodymir Vynnychenko, desconocidos también por nuestros editores.

Someter a los ucranianos es una de las pocas cosas en las que Stalin estuvo de acuerdo con los zares. Miles de intelectuales fueron fusilados o enviados a Siberia. En esa Ucrania que recupera su libertad, Kapuściński encuentra un mapa que muestra los 254 edificios que los bolcheviques destruyeron en Kiev para borrar la huella burguesa de la ciudad. El resto, lo arrasaron los alemanes unos años después. Pero la crueldad más atroz la sufrieron los campesinos ucranianos. Stalin mató a millones condenándoles a una muerte terrible por hambre. En 1929, ordenó que todos los campesinos soviéticos perdiesen sus propiedades y se integrasen en grandes granjas colectivas. En Ucrania, cuyas tierras negras son de las más fértiles del mundo, los campesinos se opusieron con gran determinación y el dictador decidió someterlos a través del hambre. Millones murieron mientras los comunistas del resto del mundo no se enteraban o no querían enterarse.

El hambre se convirtió en ley de vida. A lo largo y ancho del país sólo unos pocos tenían víveres suficientes: los altos cargos y los caníbales. Sin embargo, ambas categorías constituían una parte muy insignificante de la sociedad. Millones de hambrientos estaban dispuestos a todo con tal de hacerse con un trozo de pan… El hambre dividía a la gente. Muchas personas perdieron la capacidad de sentir compasión, de socorrer a otros… En las fotografías de aquella época contemplamos a personas que pasan indiferentes al lado de un niño abandonado en una alcantarilla, vemos a mujeres que charlan tan tranquilas junto a cadáveres desparramados aquí y allá, vemos a carreteros sentados en unos carros de los que asoman inertes brazos y piernas…”

Este holocausto antes del Holocausto se llama Holodomor’,  aunque Kapuściński no emplea la palabra. Tampoco viaja por Crimea. Es una pena, porque su viaje por la península más famosa de la actualidad le habría permitido contar el destierro forzoso de los tártaros a Asia central, el regalo caprichoso de Kruchev apenas un año después de la muerte de un Stalin. El 27 de febrero de 1954, ‘Pravda’ publicó un comunicado en su primera página con la noticia.  La entrega de Crimea a Ucrania se justificaba por sus “vínculos culturales y económicos” y se aludía al trescientos aniversario del tratado de Pereyáslav. Si fue un gesto de perdón por la crueldad de Stalin, el comunicado olvidó mencionarlo. El regalo parecía inofensivo: Crimea pasaba a Ucrania sin salir de la U.R.S.S., y la U.R.S.S. era Rusia. Quizá por eso Putin cuenta una media verdad cuando afirma que Crimea siempre ha sido y será siempre parte de Rusia”. Quizá por eso cuando los ucranianos identifican a la Rusia actual con la antigua U.R.S.S. sólo dicen una media mentira.

Caricatura de Putin

‘El imperio’. Ryszard Kapuściński. Editorial Anagrama. Barcelona, 1994. 360 páginas, 10,90 euros.

Pd.: La fotografía con la que comienza esta entrada es de Ryszard Kapuściński. No la hizo en Ucrania, pero sí durante los viajes que hizo por la U.R.S.S. entre 1989 y 1991. Forma parte de la exposición ‘El ocaso del imperio‘, que durante 2013 pudo verse en varias ciudades de España. Podéis descargaros el magnífico dossier que preparó el ayuntamiento de Valladolid, con textos de Manu Leguineche y Claudio Magris, y reflexiones de Kapuściński sobre la fotografía y el periodismo. No os lo perdáis. 

Pd. 2: En 1991, año de su independencia, Ucrania tenía 52 millones de habitantes. En 2012, sólo 45. Su declive ha sido similar al experimentado por Rusia y otras exrepúblicas soviéticas. Como cuentan David Stuckler y Sanjay Basu en ‘Por qué la austeridad mata’,a principios de la década de 1990 desaparecieron 10 millones de hombres rusos“.

Pd. 3: Os invito a leer esta entrada de ‘Cuaderno de lluvia’, con 5 libros para entender la Rusia actual.

Pd. 4 (21/3/14): “Llevada a su extremo la respuesta rusa a las sanciones europeas precipitaría a Alemania (y con ella a Europa) definitivamente a la recesión“, escribe Rafael Poch en ‘Después de Crimea’, un elaborado análisis sobre la compleja crisis de Ucrania. Muy interesante.

Pd. 5 (23/3/14): Me ha gustado mucho este artículo de Orlango Figes. El autor de ‘La guerra de Crimea’ compara la crisis actual con el conflicto entre Rusia y Gran Bretaña, Francia y Turquía, a mediados del siglo XIX.

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‘El hobbit’ y la Puerta del Castigo

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El ojo de Smaug

Llegué a la Tierra Media de Tokien por el camino más inesperado: la Puerta del Castigo. Estaba en 2º de B.U.P., mi peor año académico. Me rompí el ligamento cruzado de mi rodilla derecha y tuve que faltar casi un mes a clase tras una operación que hoy aterrorizaría a los traumatólogos pero que entonces era lo penúltimo. Cuando volví al instituto, con dos grapas de titanio arponadas y en forma de U en el interior de mi pierna, el Latín era un enigma indescifrable. Por suspender, aquel curso llegue hasta suspender Ética en una evaluación, pero lo peor es que me separé para siempre de las Ciencias por culpa de un profesor de Matemáticas que iba de instituto en instituto y mandaba a los alumnos a Septiembre de 30 en 30.

Nunca quise recordar el nombre de aquel profesor nefasto que presumía de haber inventado un teorema, pero lamento haber olvidado el nombre de mi profesora de Lengua y Literatura de aquel curso. Un día, cansada de que no dejase de hablar en clase, me preguntó en voz alta si había leído El Hobbit’. “”, dije sin saber dónde me llevaría aquella mentira. “Bien, ¿puedes contarnos de qué trata?”, contestó mi profesora. “Pues… es un libro sobre las actividades que le gusta a la gente hacer en su tiempo libre…” “Ya. Creo que debes leértelo otra vez”. Si alguno de mis compañeros se había dado cuenta de mi necedad lo disimuló muy bien, porque nadie se rió a carcajadas de la gran tontería que acaba de decir. En 1989, las aventuras de Tolkien se leían, no se veían.  Pocos conocían la película de dibujos de Ralph Bakshi.

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El hermano mayor de mi amigo Óscar tenía la edición ilustrada del ‘El hobbit’ del Círculo de Lectores. Me la prestó. Leí de un tirón la aventura del burgués y cobardica Bilbo Bolsón y el valiente pelotón de enanos capaces de enfrentarse al temible dragón Smaug para robarle su oro. El Bien y el Mal estaban claramente delimitados. A un lado Bilbo, los enanos aventureros y codiciosos, el mago Gandalf y los elfos, unos tipos altivos y casi inmortales que, pese a despreciar a los enanos, les ayudarían en su aventura. En la otra esquina del ring, Smaug, los enormes trolls y los orcos, unas criaturas tan repugnantes y malvadas como su nombre. Creo que no sospeché de la maldad del anillo de Bilbo. Sólo me pareció un objeto genial: ¿quién no quería hacerse invisible a placer? A partir de entonces comencé a comprar los libros de ‘El señor de los anillos’ en mi cumpleaños, en la vieja edición de Minotauro. Había entrado en la Tierra Media de Tolkien por la mejor Puerta del Castigo imaginable.

He recordado esta anécdota inverosímil tras leer otra divertida historia escolar. En un colegio actual en el que los alumnos hablan en francés – ¿Francia?, ¿Bélgica?, ¿Canadá?… la historia está tan mal contada que no he podido averiguarlo -, un profesor de Matemáticas, mucho mejor que el troll de aquel curso lejano, se enfrentó a una clase incontrolada. Desesperado por el caos, recurrió al chantaje. “Bien, si no os calláis, apuntaré  en la pizarra el nombre de los personajes que morirán en la cuarta temporada de ‘Juego de Tronos’”, amenazó el profesor. El jaleo se interrumpió, pero para dar más credibilidad a su amenaza el profesor blandió en el aire su espada ‘Destripadora’ y continuó. “Puedo deciros incluso cómo morirán cada uno de los personajes. He leído los libros”. El silencio fue total y el profesor pudo volver a explicar derivadas sin molestas interrupciones. En 2014, las historias de George R. R. Martin se leen, pero, sobre todo, se le ven. 

‘El hobbit’. J.R.R. Tolkien. Editorial Minotauro. Barcelona, 2002. 288 páginas,  20, 95 euros.

Pd.:  Hace ya muchos años que las aventuras de Tolkien también se ven más que se leen. Sin embargo, sus lectores celebran hoy el ‘Tolkien Reading Day’. No tenía la cita apuntada en mi calendario, pero este 25 de marzo es el aniversario, ejem, de la caída de Sauron.

 


33 libros para entender la Guerra Civil Española

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La Vanguardia 1 de abril de 1939

En la víspera del 75 aniversario de la proclama victoriosa, un cardenal arzobispo de cuyo nombre no quiero acordarme invocó al fantasma. Sus palabras encendieron Internet y demostraron que la guerra civil sigue sin ser lo que debería: un tema de Historia. Quizá porque los muertos aún siguen en las cunetas y el dictador todavía da nombre a avenidas. Aquí van ocho entradas de este blog con 33 libros sobre la peor de nuestras guerras. Basta pinchar sobre el título de la entrada para descubrirlos.

‘Siete libros para comprender la guerra civil’.

Del manual de Beevor al ‘Homenaje a Cataluña’ de George Orwell, pasando por la crónica de la batalla del Ebro de Jorge Martínez Reverte o esa vida de Durruti que escribió Hans Magnus Enzensberger intentando esclarecer su muerte, siete libros para mostrar que dentro de la guerra civil hubo varias guerras: la militar, la política, la religiosa, la de clases, la literaria, la que libraron en nuestra tierra dictaduras extranjeras.

‘Los justamente vencidos; los injustamente vencedores’.

No, la guerra no fue inevitable. Es la tesis principal que defiende Julián Marías en La guerra civil. ¿Cómo pudo ocurrir?, un ensayo tan breve como fundamental para entender el mayor desastre de nuestra historia. Para Marías, la politización y la frivolidad vinieron unidas a la pereza. La política “eclipsó toda otra consideración” mientras se negaban las reglas básicas de la democracia: “sólo se aceptaban sus resultados si eran favorables”.

El Mono Azul

‘Las armas y las letras’.

Existen libros que se escriben una y otra vez. Andrés Trapiello ha escrito tres veces ‘Las armas y las letras’uno de los pocos libros a los que se puede aplicar el calificativo de imprescindible sin hacerle daño, una ‘novela’ de novelas protagonizada por centenares de escritores convertidos en personajes atrapados en una guerra.  Hay héroes y villanos, justicieros y justos, rojos que se convierten en azules y hunos que se convierten en hotros (sic) por geográfico azar, líricos de palacio y poetas de trinchera.

‘Un prólogo a sangre y fuego’.

Tengo tres ediciones de ‘A sangre y fuego’, la colección de relatos sobre la Guerra Civil que Manuel Chaves Nogales publicó en 1937, ya en el exilio. Lo mejor, sin duda, no son los cuentos, buenos, sino su prólogo magistral, que se escribió en plena guerra. Yo era eso que los sociólogos llaman un ‘pequeño burgués liberal’, ciudadano de una república democrática y parlamentaria…” (…) Cuando iba a Moscú y al regreso contaba que los obreros rusos viven mal y soportan una dictadura que se hacen la ilusión de ejercer, mi patrón me felicitaba (…) Cuando al regreso de Roma aseguraba que el fascismo no ha aumentado en un gramo la ración de pan del italiano (…) mi patrón no se mostraba tan satisfecho de mi ni creía que yo fuese realmente un buen periodista”. Imposible no seguir leyendo.

El hombre que estaba allí’.

A Chaves Nogales no le quisieron ni vencedores ni vencidos. Se murió demasiado pronto, lejos de su familia, en Londres, sin poder ver la victoria de los Aliados contra Hitler. Su obra se sepultó hasta bien entrada la Democracia. En los noventa, Pilar Cintas se sumergió en las hemerotecas para rescatar sus artículos, mientras Andrés Trapiello nos hacía sentir mal por no leerle. Daniel Suberviola y Luis Felipe Torrente han hecho un corto documental sobre su figura, recuperando las únicas imágenes en movimiento del periodista que se conocen hasta ahora. Éste es el largo, en papel, que no en fotogramas. Si dudas de por qué esta entrada está aquí, lo entenderás en su primer párrafo.

Cartel bombardeos Guerra Civil

‘Mussolini: ¡Machacad Barcelona’.

El 17 de marzo de 1938 Barcelona sufrió el peor bombardeo de su historia. Los ataques de los aviones italianos habían empezado la noche del día 16 y se mantuvieron constantes durante casi 48 horas, hasta matar a casi 900 personas. Mussolini, dictador histriónico que ya había arrasado Etiopía con total impunidad, quería demostrar que podía paralizar una gran ciudad a través del terror. Casi logró su objetivo. En ‘Un jardín abandonado por los pájaros’, Marcos Ordóñez nos lleva hasta aquel día terrible a través de la mirada de sus abuelos.

La noche de los tiempos’.

Es la novela más ambiciosa de Antonio Muñoz Molina, casi mil páginas para contar el comienzo de la Guerra Civil a través de una historia de amor. Ignacio Abel, el arquitecto que protagoniza esta novela, socialista con carné de la UGT, origen obrero y piso lujoso en el barrio de Salamanca, pertenece a esa España de progreso que la violencia de la guerra y la revolución hizo desaparecer como si nunca hubiera existido. Vive en una España injusta, donde los pobres se mueren de hambre y piojos, donde los obreros no pueden subir en el ascensor sino que tienen que ascender a pie la escalera de servicio. Pero él no lo ve.

Los surcos del azar’.

El ‘novelón’ gráfico de Paco Roca comienza un martes sin fecha y termina siete días más tarde, en la escala de grises con la que Roca retrata nuestro presente. Sin moverse de la cocina y el cuarto de estar de la casa de un anciano, Roca nos lleva a través de la conversación con Miguel Campos  a un viaje que se inicia en el puerto del cercado Alicante, donde miles de republicanos intentan escapar de una ejecución probable y una prisión segura, a finales de marzo de 1939. “Continuamente debíamos tomar decisiones sobre nuestro futuro que no sabíamos dónde nos llevarían”, reflexiona Campos, mientras Roca traza los mapas del éxodo republicano: a los campos de concentración de las playas del sur de Francia, a los desiertos de Argelia… a liberar París.

Los surcos del Azar la huida en el Stanbrook


‘El diccionario del Diablo’

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Ambrose Bierce

Decepcionado por su ascenso frustrado, Ambrose Bierce se jugó a cara o cruz seguir en el Ejército o convertirse en periodista. Ganamos todos. Bierce dejó el uniforme y durante cuarenta años se dedicó a disparar en sus artículos, columnas y editoriales contra todo y contra todos. Lo que hizo este hombre fue reírse de la vida, de la gente y de las instituciones y costumbres aceptadas como no había hecho antes ni ha vuelto a hacer hasta el día de hoy ningún otro escritor estadounidense”, escribe Ernest Jerome Hopkins en la cuidadísima edición de ‘El diccionario del diablo’ de Círculo de Lectores y Galaxia Gutenberg.

Cuenta Hopkins que Bierce se paseaba por las calles de San Francisco con su revólver en el cinto, como si la ciudad fuese un pueblo más de la frontera del Oeste. En 1881 comenzó a escribir en el semanario ‘Wasp’ su particular diccionario, una parodia que pronto se convirtió en la obra de un cínico y, finalmente, en la del Diablo. En 1906 juntó las definiciones de 500 palabras y las publicó en The Cynic’s work book’. Cinco años más tarde, añadió otras 500 definiciones y encontró el título verdadero de su obra. Hopkins ha rescatado otras 851 que el propio Bierce no pudo, o no quiso, publicar en vida.

A pesar de los añadidos, ‘El diccionario del Diablo’ se puede leer de la A a la Z sin sucumbir al sueño. Mientras las polillas han devorado a sus contemporáneos ‘serios’, algunas de las definiciones escritas por Bierce parecen escritas ayer, tanto que podrían ser tuiteadas por cualquier indignado. Cuenta Francisco de la Torre en su recomendable ‘¿Hacienda somostodos?’ que las preferentes deberían haberse llamado “deuda perpetua ultrasubordinada”. A esta definición perfecta Bierce añadiría una crítica a la codicia de los bancos y a la ingenuidad de sus clientes. Su definición no gustaría ni a víctimas ni a verdugos, pero por eso  el diccionario de Bierce permanece vivo, como el enigma de su desaparición en el México de la Revolución.

CUADERNO DE ROBOS (XIII)

Abogado: Profesional especializado en burlar la ley.

Amistad: Barco lo bastante grande para llevar a dos cuando hace buen tiempo, pero sólo a uno cuando empeora.

Amor: Locura temporal que se cura con el matrimonio…

Cínico: Sinvergüenza cuya visión defectuosa le hace ver las cosas tal como son y no como deberían ser.

Conocido: Persona  a la que conocemos bastante como para pedirle prestado pero no tanto como para prestarle.

Conservador: Hombre de Estado enamorado de los males existentes, a diferencia del liberal, que desea sustituirlos por otros.

Desobediencia: Resquicio de esperanza para la servidumbre.

Depósito: Contribución caritativa para ayudar a un banco.

Hacer campaña electoral: Subirse a un estrado un gritar que Smith es un hijo de la luz y Jones un inmundo gusano.

Idiota: Miembro de una tribu grande y poderosa cuya influencia en los asuntos humanos siempre ha sido inmensa y prominente.

Loco: Que sufre de un alto grado de independencia intelectual…

Partidario: Seguidor que todavía no ha conseguido todo lo que esperaba.

Patriotismo: Basura combustible siempre a punto para que le aplique una antorcha cualquiera que abrigue la ambición de iluminar su propio nombre.

Paz: En política internacional, intervalo dedicado al engaño entre dos períodos de guerra.

Prensa: Poderosa máquina para exagerar las cosas…

Ambrose Bierce retratado por J. H. E. Partington

‘El diccionario del Diablo’. Ambrose Bierce. Círculo de Lectores Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2005. 480 páginas, 18,90 euros.

El diccionario del diablo

Pd.: Esta ficha escueta no hace justicia a esta hermosa edición, encuadernada en tela y con un fantástico diablo grabado en su portada. Una pequeña joya que demuestra que hay diccionarios que todavía hay que tener en papel.


La Gran Guerra de Joe Sacco

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The Great War by Joe Sacco.

La panorámica comienza con la soledad del general y acaba en las tumbas de los hombres que ha enviado a morir en la batalla. En 7 metros y 30 centímetros, el reportero y dibujante Joe Sacco nos lleva al desastre del Somme, el mayor de la historia militar británica, sin usar una sola palabra. Cuenta en el cuadernillo que acompaña su dibujo que se inspiró en el tapiz de Bayeux, la crónica bordada en lana de la conquista de Inglaterra por el normando Guillermo. Es lo primero que pienso al ver desplegada su La Gran Guerra’ y la comparo con el facsímil del tapiz que compré en Bayeux hace ya muchos años. Pero más allá del blanco y negro y de la notable variación en longitud – el tapiz es 10 veces más grande -, hay una diferencia clave: la panorámica de Sacco conmemora una de las derrotas más terribles de la Historia, y lo hace con una minuciosidad que no deja espacio a la  épica.

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La mañana del 1 de julio de 1916 los cañones británicos dejaron de tronar tras haber disparado en unos pocos días un millón y medio de proyectiles. A las 7:30, los soldados abandonaron sus trincheras. Los preparativos habían sido tan minuciosos que la victoria parecía inevitable, pero en minutos millares de atacantes estarían muertos o heridos. El bombardeo apenas había dañado las barreras de alambre de espino, los nidos de ametralladoras. El plan había fracasado antes de comenzar la ofensiva, pero el general Douglas Haig siguió adelante. Oleada tras oleada, sus hombres cayeron como muñecos segados por las ametralladoras germanas o volaron en pedazos entre nubes de humo y tierra. Aquel 1 de julio los británicos sufrieron la peor derrota de su historia. Tuvieron 58.000 heridos y muertos. La nobleza perdió a casi toda una generación y el mundo de Downton Abbey quedó herido de muerte.

 Joe Sacco La Gran Guerra el general Haig

Las 24 láminas de este libro fuelle, original y único, son un viaje en el tiempo. En sólo unos centímetros transcurren horas, incluso un día. Lo vemos desde la primera lámina, la única protagonizada por un personaje con nombre y apellidos. Sacco retrata al general Douglas Haig en tres momentos distintos: a la salida de su misa diaria y matinal, dando su paseo solitario antes del almuerzo y cabalgando por la tarde con su pequeña escolta. Después comienza el desfile de soldados anónimos. No hay ningún Wally que buscar pero si multitud de detalles que sólo se aprecian después de varias miradas. ¿Cuántos soldados ha dibujado Sacco? Sin duda alguien los contará, pero se equivocará si cree que todos son distintos. Porque aunque no conocemos sus nombres, hay soldados a los que vemos primero camino del frente, saludando sonrientes a una cámara de cine, fumando en pipa en una pausa del camino, desayunando después en las trincheras repletas, calando sus bayonetas justo antes de saltar al combate al grito de su oficial, heridos en los primeros minutos del ataque y agonizantes después en las láminas finales.

Joe Sacco La Gran Guerra bombardeo de trincheras

Si has leído a Joe Sacco sabes que su dibujo es preciso, minucioso, fiel. Su retrato del Somme huye del expresionismo atroz de los grabados de guerra de Otto Dix y convierte en dibujos las fotografías conservadas de la batalla, hasta que vemos los rostros de los soldados desencajados por el miedo y el dolor. Entonces sí, los dibujos de Sacco conectan con los grabados terribles del artista alemán. En el cuadernillo incluido en el estuche que guarda el desplegable, hay un pequeño ensayo de Adam Hochschild sobre la batalla y seis páginas con 49 notas en las que Joe Sacco explica qué ha dibujado en cada lámina. Artículo y notas son más que necesarios para valorar esta obra que nos enseña a mirar. Cuenta Guillermo Altares que  en la batalla del Somme nacieron el siglo XX y Mordor: en trincheras enfrentadas estaban Tolkien, entonces un joven oficial británico, y Hitler, un anónimo soldado que aún no había recortado su bigote. Vieron el mismo horror y, sin embargo…  Para despertar vuestro deseo, os dejo este estupendo vídeo lupa que enfoca nuestra mirada a los detalles, mientras el propio Sacco nos cuenta cómo y por qué ha emprendido esta fantástica aventura.

‘La Gran Guerra’. Joe Sacco. Mondadori. Barcelona, 2014. 16 páginas, 23,90 euros.

Joe Sacco La Gran Guerra

Pd.: Todas las imágenes se pueden ampliar si pinchas sobre ellas. En ninguna entrada de este blog ha sido más necesario que en ésta.


Por qué queremos a García Márquez

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Gabriel-García-Márquez

Murió el escritor una tarde en México, una noche en Madrid, una mañana en Tokio. Murió García Márquez y todos los lectores lo sintieron porque todos somos o hemos sido sus lectores. Ningún escritor ha sido querido tanto por tantos.Cien años de soledad’, ‘El amor en los tiempos del cólera’, ‘El coronel no tiene quien le escriba’, ‘Crónica de una muerte anunciada’… nos convirtieron en habitantes de Macondo, asombrados por un mundo en el que la realidad y la fantasía eran inseparables, atrapados por metáforas llenas de sabores, olores, sonidos, siempre acertadas y originales, seducidos por el mago.

Todos tenemos un recuerdo de García Márquez, al que leímos cuando éramos adolescentes románticos o jóvenes menos cínicos. Cuenta el escritor en Vivir para contarla’, el primer tomo de unas memorias incompletas, que sólo deberían leerse los libros que nos fuerzan a releerlos. Aquí va el comienzo de las novelas que más me gustaron, para volver a prender el fuego y ser, otra vez, sus lectores practicantes, para recordar por qué le queremos.

garcia marquez

CUADERNO DE ROBOS (XIV)

Crónica de una muerte anunciada’

“El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros”.

 ‘El amor en los tiempos del cólera’

“Era inevitable: El olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbino lo percibió desde que entró en la casa todavía en penumbras, adonde había acudido de urgencia a ocuparse de un caso que para él había dejado de ser urgente desde hacía muchos”.

El coronel no tiene quien le escriba’

“El coronel destapó el tarro del café y comprobó que no había más de una cucharadita. Retiró la olla del fogón, vertió la mitad del agua en el piso de tierra, y con un cuchillo raspó el interior del tarro sobre la olla hasta cuando se desprendieron las últimas raspaduras del polvo de café revueltas con óxido de lata”.

Del amor y otros demonios’

“Un perro cenizo con un lucero en la frente irrumpió en los vericuetos del mercado el primer domingo de diciembre, revolcó mesas de fritangas, desbarató tenderetes de indios y toldos de lotería, y de paso mordió a cuatro personas que se le atravesaron en el camino. Tres eran esclavos negros. La otra fue Sierva María de Todos los Ángeles, hija única del marqués de Casalduero, que había ido con una sirvienta mulata a comprar una ristra de cascabeles para la fiesta de sus doce años”.

‘El otoño del patriarca’

“Durante el fin de semana los gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de alambre de las ventanas y removieron con sus alas el tiempo estancado en el interior, y en la madrugada del lunes la ciudad despertó de su letargo de siglos con una tibia y tierna brisa de muerto grande y de podrida grandeza”.

Cien años de soledad’

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.

 



‘Por qué fracasan los países’

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El Teatro de United Artists en Detroit

¿Ha fracasado España? Si eres uno de los seis millones de parados y llevas años chocando contra un muro de indiferencia, puedes afirmarlo. Si has emigrado de forma forzosa y lees estas líneas desde Londres o Berlín, puedes afirmarlo. Si has visto a un familiar enfermo atrapado en una lista de espera interminable, puedes afirmarlo. Si perdiste tus ahorros porque te colocaron deuda perpetua ultrasubordinada a la que tu caja llamaba ‘preferentes’, puedes afirmarlo. Si has tenido la suerte de ver la crisis desde el burladero, en el desfile de escándalos de corrupción sin castigo que aparece en las pantallas, puedes sospecharlo.

Si España ha fracasado como país, el porqué debería estar en las seiscientas páginas de ‘Por qué fracasan los países’, el aclamado ensayo de Daron Acemoglu y James A. Robinson. Inicio su lectura abrumado por los elogios. Es el primer libro que leo que comienza con cuatro páginas de alabanzas, párrafos escritos por seis premios Nobel de Economía y autores tan conocidos como Niall Ferguson o Jared Diamond, entre otros. En la contraportada, un sello falso destaca que ha sido bestseller de periódicos opuestos: The Wall Street Journal’ y The New York Times’. Y en la esquina de la portada, una banda blanca destaca que llego bastante tarde: mi volumen pertenece a la séptima edición.

La tesis de Acemoglu y Robinson – profesores en el MIT y en Harvard, respectivamente – es relativamente sencilla. El fracaso de un país no se debe a que su geografía sea desfavorable – como sostiene Kaplan en su reciente La venganza de la Geografía’ -, ni a su cultura (latina, anglosajona…), ni a su fe – como defendió Max Weber -, ni a la ignorancia de sus dirigentes. No, si un país fracasa es por las instituciones que tiene… o, más bien, por las que no tiene. Un país con instituciones políticas y económicas extractivas – creadas para que una élite relativamente reducida acapare el poder y la riqueza sin límite alguno – acabará fracasando, aunque durante décadas, o siglos, mantenga el simulacro de su éxito.

He visto el futuro, y funciona”. Es lo que dijo Lincoln Steffens tras su visita a la Unión Soviética. No fue el único miope. El mejor de los mejores tampoco vio la realidad tras la fachada estadística. Durante años, Paul Samuelson –premio Nobel de Economía y autor de un manual de referencia – afirmó que la economía soviética acabaría superando a la de Estados Unidos. Cuando la realidad le desmintió no cambió su tesis, sólo la fecha en la que el cambio sucedería que nunca ocurrió. Hoy el espejismo es China, defendida incluso como modelo. Aunque defienden su entrada en el capitalismo tras la muerte de Mao, Acemoglu y Robinson afirman que fracasará si no profundiza en sus instituciones inclusivas y se convierte realmente en una democracia plural, con un sistema judicial independiente y una prensa libre.

Estatua de Lenin a la fundición

Las instituciones políticas y económicas no surgen por sí solas- escriben Acemoglu y Robinson – , sino que a menudo son resultado de un conflicto importante entre las élites que se resisten al crecimiento económico y al cambio político y las que desean limitar el poder económico y político de las élites existentes. Las instituciones inclusivas surgen durante las coyunturas críticas, como durante la Revolución gloriosa en Inglaterra o la fundación de la colonia Jamestown en Norteamérica, cuando una serie de factores debilitan el control de las élites que están en el poder, lo que hace que sus adversarios sean más fuertes, y crea incentivos para la formación de una sociedad pluralista

Acontecimientos decisivos, como la peste negra o el descubrimiento de América, tuvieron efectos opuestos en distintos países. Mientras en España la Corona monopolizó el comercio con América y los conquistadores se apoderaron de las instituciones extractivas indígenas en su propio beneficio, en Inglaterra permitió el desarrollo de una élite comercial que debilitó el poder del monarca. Y en África… en África provocó la llegada del infierno. Muchos estados africanos se convirtieron en máquinas de guerra cuyo objetivo era capturar y vender esclavos a los europeos”. Continuaron haciéndolo incluso cuando la esclavitud se abolió en el siglo XIX al otro lado del Atlántico, en beneficio de una élite indígena que negaba cualquier futuro a sus gobernados y gracias a las armas europeas, que llegaban ya en el siglo XVIII a África en cantidades asombrosas.

Datos como éste hacen que Por qué fracasan las naciones’ sea un libro fascinante. Los autores revisan la Historia para encontrar ejemplos que ilustren su tesis y convierten su ensayo en una apasionante sucesión de historias, repletas de personajes, que es muy difícil dejar de leer. Así descubrimos por qué Venecia se convirtió en un museo al cambiar sus instituciones, cómo en la Roma imperial o en la Inglaterra isabelina los gobernantes rechazaron inventos que podrían haber revolucionado la economía porque temían el cambio que provocarían, o, ya en el presente, cómo Robert Mugabe, el dictador de Zimbabue, tuvo el descaro de ser el primer ganador de la lotería nacional, e Islam Karímov, el dictador de Uzbekistán, ha sido capaz de convertir a los niños de su país en mano de obra esclava para recoger algodón.

Acemoglu y Robinson reconocen que el azar juega un papel esencial para que un país acabe en manos de un tirano o logre romper el círculo vicioso. ¿Estaban los coreanos destinados a vivir separados durante décadas? El fracaso de Corea del Norte es el mejor ejemplo que ilustra la tesis de Acemoglu y Robinson. En 1950 no existía ninguna diferencia esencial entre los coreanos que vivían al norte del paralelo 38 de los que habitaban al sur, pero la dictadura de Kim Il-sung y sus descendientes llevó a los norteños a un destino fatal. El desastre de Corea del Norte es tan evidente que se puede representar con la imagen de su inmensa oscuridad nocturna. Pero no siempre es tan obvio el fracaso de un país, o el inicio de su caída. Vuelvo a la pregunta inicial: ¿Ha fracasado España? Si es así, y aceptamos la tesis de Acemoglu y Robinson, una élite empresarial, financiera y política utilizan desde hace décadas las instituciones en su propio beneficio, sin que la Justicia o la prensa lo impidan. ¿Es lo que ha ocurrido? ¿Es lo que ocurre?

Las dos Coreas de noche

Por qué fracasan los países’. Daron Acemoglu y James A. Robinson. Deusto. Barcelona, 2012. 608 páginas, 30 euros.

Pd.: César Molinas no dudó en su respuesta. Os invito a leer Una teoría de la clase política española‘.

Pd. 2: “Todo lo basan en que unas pequeñas diferencias en la estructura política existentes en un momento dado – escribe Gabriel Tortella – , como las que existían entre España e Inglaterra en el siglo XVI, se convierten en caminos divergentes al llegar una “coyuntura crítica” como el descubrimiento de América o la aparición del protestantismo y dan lugar a grandes diferencias como las que había a finales del XVII entre las estructuras políticas de ambos países. Lo que Acemoglu y Robinson no explican es cómo aparecen esas pequeñas diferencias iniciales, y sin explicar esto la teoría no explica nada“. Os invito a leer ‘¿Se equivocó Montesquieu?’, su crítico artículo sobre la teoría de Acemoglu y Robinson en este enlace.


Morir en Shakespeare

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Todo el mundo muere en las tragedias de Shakespeare

Antes de Shakespeare, el personaje literario cambia poco; se representa a las mujeres y a los hombres envejeciendo y muriendo, pero no cambiando porque su relación consigo mismos, más que con los dioses o con Dios, haya cambiado. En Shakespeare – escribe Harold Bloom -, los personajes se desarrollan más que se despliegan, y se desarrollan porque se conciben de nuevo a sí mismos (…) La muerte, forma final del cambio, es la preocupación palmaria de las tragedias e historias de Shakespeare, y la preocupación escondida de sus comedias”. Caitlin S. Griffin ha reunido todas las muertes del genio en esta infografía tan didáctica como divertida.

Hamlet, Falstaff, Macbeth, Yago, Shylock, Rosalinda… todos los grandes personajes de Shakespeare cambian a lo largo de su obra – o de sus obras -, algunos hasta su cambio definitivo. ¿Todo el mundo muere en las tragedias de Shakespeare? No, claro que no, pero si un actor consigue un papel en Tito Andrónico’ sus posibilidades de llegar al último acto disminuyen conforme aumentan las de una muerte terrible. Con 14 personajes muertos, es la obra de Shakespeare en la que más personajes fallecen, lo que obligó al autor a imaginar hasta siete maneras distintas de morir.

Tito Andrónico según Mya Gosling

Mya Gosling las ha resumido en esta viñeta, donde el blanco y negro nos ahorra el baño de sangre y la bondad de su trazo el sadismo del autor. “La acción de ‘Tito Andrónico’ es esencialmente una ópera de horror, Stephen King perdido entre los romanos y los godos”, escribe Harold Bloom en ‘Shakespeare’, su exhaustivo análisis de todas las obras del genio. El crítico profesor defiende una tesis fundamental: Shakespeare nos inventó. Así que sus obras nos explican hoy, 450 años después de su nacimiento, y nos seguirán explicando cuando poco o nada recuerde no ya a la Inglaterra isabelina en la que escribió sus comedias, tragedias y sonetos, sino a nuestro presente.

El gran logro de Shakespeare es seguir explicándonos incluso cuando ya no leemos sus obras y sólo muy de tarde en tarde, acudimos al teatro a ver alguna representación. ¿Cuánto hay de Shakespeare en el cerebro coctelera de George R. R. Martin? ¿Cuál es el eje central de la lucha por el poder en Juego de tronos’si no el cambio constante e inesperado de sus personajes? Esta infografía parece una forma caprichosa de acercarse al genio, pero la retahíla de muertes de la saga de Martin empequeñece ante esta lista aterradora de hombres, mujeres y niños acuchillados, ahogados, asfixiados, decapitados, descuartizados, colgados, quemados, envenenados, cocinados… en la obra de nuestro genial inventor.

‘Shakespeare. La invención de lo humano’. Harold Bloom. Anagrama. Barcelona, 2002. 864 páginas, 30 euros.

Pd: Lina María Aguirre ha reunido las mejores celebraciones del 450 aniversario del escritor en esta entrada de su blog Teclado móvil, una puerta que lleva a más de una decena de sitios interesantes.


Príncipe de Poyais, rey de los estafadores

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Gregor MacGregor

¡Será el zapatero de una princesa! Como en un cuento de hadas, el príncipe le ha elegido a él por su habilidad para domar el cuero. A partir de ahora, sus zapatos, botas y sandalias sólo los calzará doña Josefa, la princesa de Poyais. Su felicidad compite con la de un banquero de la City, contratado por el príncipe para dirigir el banco central, con la del músico que dirigirá la ópera, y con la de casi 200 colonos que se han embarcado en el ‘Kennersley Castle’ rumbo a un futuro idílico. En sus baúles guardan los títulos de tierra que el príncipe Sir Gregor MacGregor, otro escocés como ellos, les ha vendido; en sus bolsillos, los dólares de Poyais que el mismo príncipe y cacique de Poyais les ha dado a cambio de sus libras esterlinas para que compren todo lo que precisen cuando lleguen a la tierra prometida.

Un dólar de Poyais

El 22 de enero de 1823, el barco zarpa de Leith, el puerto de Edimburgo, hacia a América. La bandera de Poyais – blanca, con una cruz verde y un águila dorada sobre fondo rojo – ondea en su mástil principal. El príncipe acompaña a los colonos un par de días para comprobar que navegan en buenas condiciones. Sir Gregor MacGregor ha permitido que niños y mujeres viajen gratis, un gesto que confirma a los colonos la bondad de este hombre que ha cambiado sus vidas. Todos tienen los folletos que enumeran las riquezas de Poyais, su clima benigno que contrasta con el frío invierno escocés, sus grandes recursos naturales, la amabilidad de los indígenas que, además, hablan inglés. Muchos han leído la detallada guía de 350 páginas que describe cómo explotar las fincas que han comprado, cuya tierra fértil puede producir varias cosechas al año de tabaco, café, azúcar o algodón. Que se ubique en la Costa de los Mosquitos no ha despertado sus sospechas sobre la posible insalubridad del lugar.

El puerto de Black River en el Territorio de Poyais

Tras dos meses de travesía, el ‘Kennersley Castle’ atraca en la laguna de Black River, que tan bien conocen los colonos por los grabados de la guía. Apenas pueden contener su impaciencia, pero anochece y el capitán teme a los arrecifes. Desembarcan al día siguiente, sorprendidos porque nadie ha acudido a recibirlos. Tampoco hay rastro de St. Joseph, la capital con edificios de estilo europeo Su desconcierto aumenta cuando descubren que los 70 colonos que les han precedido acampan en la playa en desvencijadas tiendas, pese a haber llegado varios meses antes. Los más perspicaces sospechan enseguida que algo va mal, pero no imaginan cuanto.”

Así comienza el artículo que publico en el número de mayo de Historia y vida. Espero que estas líneas os animen  a comprar la revista y descubrir cómo terminó la gran estafa de Gregor MacGregor. Podéis hacerlo pinchando aquí, o, mejor aún, en los quioscos de toda la vida. Disfrutaréis de un buen puñado de artículos muy interesantes.


Cuestión de principios (2)

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Tullio Pericoli un escritor ante su máquina de escribir

Las memorias de un escritor pueden comenzar con el No primordial del abuelo materno. “En Alsacia, allá por 1850, un maestro cargado de hijos consintió en hacerse tendero. Aquel rebotado de la docencia quiso una compensación: puesto que renunciaba a formar las mentes, uno de sus hijos formaría las almas, habría un pastor en la familia, y ése sería Charles. Charles escurrió el bulto, prefirió lanzarse a los caminos tras la pista de una acróbata ecuestre”. O con la confesión inverosímil de un gran fabulador. “Yo no tengo la costumbre de mentir. Si alguna vez he mentido, cosa que no recuerdo, habría sido por salir de un mal paso”.

Las memorias de un escritor perpetuo pueden iniciarse con la advertencia de que sólo son una confesión a medias y, sin embargo, explicar en dos líneas el secreto de su vida. “He encontrado siempre inaguantable y superior a mis fuerzas hacer un esquema o un proyecto de nada. Ni en la vida ni en los libros (…) Me he metido en las cosas “a lo que dieran”.  O con la verdad de las mentiras, atrapada en una frase que ocupa en solitario la primera página. “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.

La autobiografía de un escritor puede empezar con una declaración de diversiones oculta entre la seriedad de los datos. “Doblegado ante la autoridad y la tradición de mis mayores por una ciega credulidad habitual en mí (…) estoy firmemente convencido de que nací el 29 de mayo de 1874, en Campden Hill, Kensington, y de que me bautizaron según el rito de la Iglesia anglicana en la pequeña iglesia de St. George, situada frente a la gran Torre de las Aguas que dominaba aquella colina (…) niego rotundamente que se eligiera aquella iglesia porque yo necesitara para convertirme en cristiano toda la energía hidráulica del oeste de Londres”.

O con una notarial declaración de imposturas que dice más de la imagen pública que el escritor quiso tener, y tuvo, que del hombre que fue. 1902. Año de gran agitación entre las masas campesinas de toda Andalucía, año preparatorio de posteriores levantamientos revolucionarios. 16 de diciembre: fecha de mi nacimiento…. Pocas veces, las memorias de un escritor comienzan con un título genial de una sola palabra, una declaración de principios que te permite simpatizar con su autor desde la portada de su libro. Como ‘Automoribundia’ Errata’.

Las memorias de un escritor pueden comenzar con el reproche de una madre. Nací en el Hospital General de Shanghai el 15 de noviembre de 1930, tras un parto difícil que a mi madre, de constitución delgada y caderas finas, le gustaría describirme años más tarde, como si aquello revelara algo sobre la desconsideración del mundo. Con un fantasma infantil fosilizado “Recuerdo haber contemplado con una especie de terror abrumador un armario del cuarto de los niños lleno hasta los topes, abierto por descuido, colmado de arriba debajo de volúmenes en octavo de Shakespeare. O con la terrible verdad de un adulto. La cuna se balancea sobre un abismo, y el sentido común nos dice que nuestra existencia no es más que una breve rendija de luz entre dos eternidades de tinieblas.

Son demasiados los escritores que no sienten la obligación de iniciar la novela de su vida con la mejor de sus frases y nos enfrentan a prólogos innecesarios, enumeraciones largas y pesadas de los logros conseguidos, vallas de palabras que hay que saltar. A veces, las memorias de un escritor comienzan con la traición de nuestra memoria. Tenía como uno de mis principios preferidos una frase genial que, en realidad, no llega hasta el capítulo segundo. Recuerdo haber leído no sé dónde que no se debe escribir sobre la propia infancia, porque la infancia de todos los hombres es la misma. Efectivamente, yo nací, como todo el mundo, en Lima. Imposible no sentir que éste es el auténtico principio de una gran historia.

Pd.: Os invito a continuar leyendo Cuestión de principios’, una antigua entrada sobre primeras frases de novelas inolvidables. Y a pinchar en las frases entrecomilladas de esta entrada para descubrir a los escritores que decidieron comenzar así sus memorias. La ilustración de esta entrada es de Tullio Pericoli, el gran retratista de escritores. Podéis visitar su página web en este enlace.


‘Lecturas sumergidas’

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Sin escafandra ni bombona, sin un sencillo esnórquel, llegué a Lecturas sumergidas’ en un chapuzón digital y azaroso, buscando buenos enlaces para mi reseña de En la orilla. Buceador afortunado, descubrí una página especial, un pequeño tesoro de palabras que brillaba con luz propia. Como el blog que no es, la mayoría de los reportajes y entrevistas de Lecturas sumergidas’ tenían una única autora. Como la revista que es, sus textos mostraban una ambición muy superior a la que el más afanoso bloguero puede permitirse, digna del prestigio decadente del papel impreso.

En Internet todo está por llegar aún (…) Creo que eso de que Internet es un medio para la lectura rápida es un cuento”, dice Emma Rodríguez a Manuel Rico en esta entrevista, charla, conversación, en la que explica cómo y por qué empezó su gran aventura  hace poco más de un año. Afortunadamente para ella, no está sola en el viaje. ‘Lecturas sumergidas’ es una revista familiar, hecha en casa, mano a mano entre Emma Rodríguez, Nacho Goberna - su compañero, ex líder de ‘La dama se esconde’ -, y Karina Beltrán, autora de muchas de las fotografías que ilustran esta revista que cuida la palabra y la imagen.

Recuerda Manuel Rico que Emma fue “una de las artífices del suplemento ‘Libros’ de El Mundo”, en 1989. No sé si salió del periódico en algún ERE desalmado, pero sí que a pesar de tener el trabajo que probablemente siempre quiso Emma terminó decepcionada.  “Todo estaba supeditado a la inmediatez y cada vez se veía con peores ojos que un periodista dedicase tiempo a leer o a preparar un reportaje. La calidad del resultado cada vez se valoraba menos (…) Estaba cansada de no poder descubrir o apostar por nada nuevo, diferente, de la supremacía de los personajes mediáticos, conocidos, premiados, populares”.

Así que Lecturas sumergidas’ nació con la voluntad de ser lo que el suplemento de libros de un periódico debería ser pero pocas veces es.  Articulada en seis secciones, esta revista digital tiene reportajes magníficos sobre Tony Judt, Rafael Chirbes o Clarice Linspector; entrevistas largas y completas a Rodrigo Fresán, Fernando Savater, Alejandro Gándara…; artículos apasionados sobre Pessoa o Marguerite Yourcenar… No siempre está clara la frontera entre las secciones – parece innecesario bautizar como ‘Pasiones’ una sección de esta revista apasionada -, pero el resultado es una publicación de una calidad sobresaliente.

No hay publicidad, ni privada ni institucional, pero no sé si es una elección. Si no lo es, demuestra la ceguera de las instituciones que dicen defender el libro y de las editoriales y librerías, incapaces de descubrir a sus auténticos valedores. Porque  ‘Lecturas sumergidas’ ha nacido con el deseo de ser un medio profesional, que permita a sus creadores una vida digna. Se puede colaborar pagando tres euros al mes o treinta al año. Pero como la revista se puede leer gratis la colaboración depende de tu voluntad. Basta leer unas líneas para darse cuenta de que este gran trabajo merece ser pagado, que su valor es muy superior a este precio voluntario.

 

Pd.: Con esta entrada comienzo una nueva sección dedicada a un puñado de valientes que aman los libros casi por encima de todas las cosas.


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