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El Nobel de Mo Yan

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La ignorancia nos iguala. Hoy todos nos sentíamos más felizmente iguales cuando reconocíamos que no sólo no habíamos leído nada de Mo Yan sino que desconocíamos también que existía. “El chino que ha ganado el Nobel utiliza un seudónimo, ¡por eso no me sonaba!”, leía en un divertido tweet de @MunozEncinas, con el hastag #oidoenlaredaccion, minutos después de la concesión del premio. Mo Yan significa ”sin hablar” ó “no hables”, según quién sea el traductor.  Tras la máscara del seudónimo está Guan Moye, un novelista de 57 años del que los críticos occidentales – como si siguieran una lista de grandes escritores por orden alfabético – han dicho: es el Faulkner chino”, “es el García Márquez chino”, “es el Kafka chino”; no, “¡es el Kundera chino!”. La originalidad de Mo Yan se diluye entre espejos tan dispares.

Con la excepción de ‘Sorgo Rojo’, su novela más conocida – publicada por El Aleph -, la mayor parte de la obra de Mo Yan está editada en España por Kailas, una pequeña editorial para mi tan desconocida como el autor. Así que si hoy buscas un título del escritor en tu librería más cercana no lo tendrás fácil (y tampoco hay ediciones digitales en español). Por suerte existen las bibliotecas. No ha pasado una hora de la entrega del Nobel, así que en la Miguel Hernández’ todavía tienen Grandes pechos amplias caderas. Es un novelón de 836 páginas en el que Mo Yan cuenta la desgraciada historia de la China del siglo XX a través de la vida de Shangguan Lu, una mujer que tendrá 8 hijas hasta dar a luz a su ansiado hijo. Confieso que mi primer encuentro ha sido decepcionante. Tras leer las primeras páginas creo que quizá las críticas de solapa tenían razón y Mo Yan es una mezcla de Faulkner, García Márquez, Kafka y Kundera. Todos a la vez. Demasiado para mí.

Mi desencuentro con Mo Yan me ha devuelto a mi prestigiosa ignorancia sobre el gigante que en breve será la primera economía del mundo. Sé que su compra de deuda es incluso más vital para Estados Unidos que para nosotros (no he encontrado una explicación más divertida que este vídeo), que su economía crea paro ¡si no crece por encima del 7%!, que sus trabajadores llevan décadas muriendo en una novela de Dickens, trabajando como esclavos para que en Occidente juguemos a hacer la revolución a golpe de Twitter. Sé que ha logrado la cuadratura del círculo y que está a punto de sentarse en el trono del capitalismo mientras ondea la bandera del comunismo, que la represión de la plaza de Tiananmen de 1989 todavía sigue censurada en Internet, que construyen rascacielos prefabricados en horas, que casi toda mi ropa está fabricada allí, que El tiempo entre costuras se ha traducido al mandarín… En fin, un pequeño mar de conocimiento de sólo tres centímetros de profundidad.

Para saber más me he propuesto tres lecturas para los próximos meses. La primera es ‘En busca de la China moderna’, un relato de la historia de China desde la caída de los Ming, en el siglo XVII, hasta el aplastamiento sangriento de la revuelta de Tiananmen, escrito por el prestigioso sinólogo británico Jonathan D. Spence. La segunda lectura es mucho más heterodoxa y polémica. En ‘Maonomics, Loretta Napoleoni no sólo se propone explicar por qué la economía china es mejor que la nuestra sino ¡cómo puede reformar nuestra democracia! Mi última propuesta es de una periodista española. ‘Hablan los chinos’, de Ana Fuentes, corresponsal de la Cadena Ser en China, tiene un objetivo más modesto pero no más fácil: contarnos cómo es la China de hoy a través de conversaciones con ciudadanos chinos. Desde un disidente torturado por la policía hasta “un viejo maestro de kung-fu que ha dejado de entrenar por la contaminación”. Ninguno ganará el Nobel, pero su lectura reducirá nuestra ignorancia sobre el gigante.



‘Corre, rocker’, una conversación con Sabino Méndez

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Antiperiodismo digital. Aquí va una entrevista larga, muy larga, con doce años de antigüedad y a un músico que triunfaba en los ochenta. No teníamos estudio. O sí, pero Fran, nuestro técnico, tenía que grabar otro programa. Doce años después todavía lo recuerdo. Sabino Méndez estaba a punto de llegar y tenía que decirle que debíamos grabar la entrevista con un minidisc, sin poder jugar con las canciones que tan importantes eran para hacer avanzar la entrevista. Creo que temió lo peor, pero cuando comprobó que había leído su libro – una obligación básica de cualquier periodista que tiene que entrevistar a un escritor, pero que pocos cumplen – la tensión se atenuó. La entrevista se editó unos días después, o al siguiente,  y se emitió íntegramente – con las canciones rompiendo el diálogo pero, como ya era inevitable, no integradas en él –  en el programa ‘Las mil ciudades’ de Radio Círculo, que presentaba y dirigía Urko Gabilondo. Era el verano de 2000 y yo llevaba sólo unas semanas en el trabajo más hermoso que he tenido.

“Es molesto, pero acabamos interpretando

un tópico nosotros mismos”

Sabino Méndez fue en su última vida el autor de las letras de uno de los grupos de rock más importantes de la España de los ochenta, Loquillo y los trogloditas. Diez años después de su abandono del grupo, Sabino buscó entre sus cajones los escritos acumulados durante años, los ordenó, y con ayuda de sus recuerdos ha escrito ‘Corre, rocker. Crónica personal de los ochenta’, su primer libro y una de las mejores memorias de esta década veloz, muy veloz, que tan importante ha sido para la música española.

Sabino acude puntual a la cita en la quinta planta del Círculo de Bellas Artes, vestido completamente de negro, con su pelo canoso y corto. Elegante, con una seria cartera de cuero, más propia de un escritor que de un rockero. El tuteo es inevitable y los dos lo agradecemos. Desde el estudio, miramos cómo los coches circulan por la Gran Vía que pintó Antonio López.

La enfermedad literaria.

Sabino, te das cuenta de que con la misma edad eres un viejo rockero y un joven escritor.

Sí, pero nunca he creído mucho en los tópicos de los ‘viejos rockeros’ y todas estas cosas. Ya sé que es una frase hecha, pero suena a nostalgia y yo sentiría nostalgia si estuviera trabajando en un banco o haciendo oposiciones a un funcionariado. Pero no hay nostalgia en mí, sigo siendo un rockero, quizás más cansado, pero no me siento viejo en absoluto, sigo haciendo música, tocando rock y luego, aparte, escribiendo.

Mi impresión tras leer ‘Corre, rocker’ es que estas memorias rompen muchos tópicos. Como, por ejemplo, el del rockero inculto, que apenas lee o no se interesa por la cultura…

Sí, bueno, ese tópico yo creo que ya se había roto en los ochenta. Entre muchos de los rockers de aquella época había gente de todo tipo de extracción social de inquietudes culturales… Lo que pasa es que los tópicos acaban fosilizándose, por eso son tópicos,  y la única manera de demostrar que son estereotipos es publicar libros, hacer una labor que demuestre lo contrario.

Todos los capítulos de ‘Corre, rocker’ se inician con una cita literaria, de autores sobradamente conocidos y reconocidos, y uno al principio puede creer que estas citas son “unos adornos” puestos al comienzo de cada capítulo para que las memorias queden “más bonitas”. Pero enseguida, según profundizas en el libro y te quedas enganchado por tu forma de contar las historias te das cuenta de que no, de que esos autores están ahí porque han sido compañeros de viaje tuyos durante años.

Sí, principalmente ya era un lector compulsivo en la época en la que formamos Loquillo y los intocables’. Luego, cuando aún estaba en ‘Trogloditas’ comencé a hacer Filología Hispánica en la universidad, por pura inquietud. Y bueno, es un poco lo que decíamos antes, es un tópico la idea del rockero o del rocker iletrado. Nosotros incluso a veces jugábamos un poco con cierta ironía: nos hacíamos pasar por más iletrados o más analfabetos de lo que éramos por el gozo del estereotipo de la parte más animal o auténtica de la persona. Pero, claro, inevitablemente, cuando llevas leyendo tantos y tantos años, cuando estás intoxicado de letra, las citas no son casuales, sino que están justificadas, tienen un sentido. Tú íntimamente sabes hasta qué punto estás reflejan o identifican lo que estás contando y el capítulo respectivo que encabezan.

“Un día descubro los libros, más allá de los libros, los cómics, el cine, las narraciones… y, bueno, para mí son casi como una droga”.

Me sorprendió también y me gustó mucho esa pasión que tienes por los libros, una pasión que casi diría que es ingenua por creer tanto en la literatura.

Bueno, no creas, eh. No creo tanto en la literatura. En algún momento del libro creo que hablo de enfermedad. Es decir, no intento justificarlo a través de la fe o a través de un utilitarismo social o filosófico, simplemente lo acepto como una cosa inevitable del temperamento, de la naturaleza. Como cuando llueve, una cosa indiferente a nosotros. Cada uno está estigmatizado por ciertas cosas. En mi caso, un día descubro los libros, más allá de los libros, los cómics, el cine, las narraciones… y, bueno, para mí son casi como una droga. Con lo cual me alegro mucho de haberme liberado de otras sustancias pero de haber conservado esa, que probablemente debe ser peligrosa porque el ser humano tiene conciencia de ello. El mecanismo narrativo de ‘El Quijote’ de Cervantes es un señor que se intoxica con los libros y a nadie le parece extraño ese mecanismo narrativo, con lo cual todos tenemos conciencia de que… cierto grado de enfermedad tiene y hay que ser cauto, hay que saberlo controlar. Pero bueno, es una enfermedad, en cualquier caso, si la sabes llevar un poco bien,  muy bonita.

Luis Carandell, que yo no sé si es también un “enfermo de los libros”, pero que seguramente tiene también ese gusanillo, acaba de publicar sus memorias, unas memorias muy distintas a las tuyas, también porque habla de otros tiempos. Pero yo le he cogido prestada una cita de Goethe con la que comienza su libro y te la voy a contar porque creo que has captado ese espíritu, aunque no sé si conocías la cita. Dice Carandell, citando a Goethe en Poesía y verdad’: “Lo principal en la biografía es representar al hombre en las circunstancias de su época… Para ello, hace falta algo casi inalcanzable, y es que la persona se conozca a sí misma y a su siglo; a sí misma para saber si sigue siendo igual en cualquier circunstancia; y a su siglo en tanto que éste determina y forma a todos, quieran o no, de manera que puede decirse que un hombre, por el solo hecho de haber nacido diez años antes o diez años después, sería ya diferente…” Yo creo que en Corre, rocker’, desde el subtítulo: ‘Crónica personal de los ochenta’, ese espíritu has captado ese espíritu.

Sí, sí, yo estoy convencidísimo, sin conocerlo, de que Luis Carandell también debe ser un enfermo de  lectura, principalmente por una sencilla razón: porque escribe. Y prácticamente todos los que escriben primero han sido lectores, y lectores compulsivos. Es decir, enfermos de lectura. Lo que sí veo, no sabía que en su último libro utilizaba esta cita, es que encima tiene una “subenfermedad”: que es lector o aficionado a Goethe y quizás por eso has encontrado esas coincidencias. Y te puedo asegurar que de la misma forma que en la música podías pertenecer al club de fans de Lou Reed o al club de fans de Chuck Berry, en literatura pertenecer al club de fans de Goethe, de sus obras, también marca. En otros escritores he encontrado puntos en común y luego ha resultado que también eran admiradores de Goethe y creían que era una figura muy importante que había que reivindicar.

Porque yo tengo una banda de rock and roll.

En Corre, rocker’ cuentas los comienzos de ‘Loquillo y los trogloditas’, cómo al principio sois un grupo muy ilusionado, que creéis en la música y cómo conforme el éxito va llegando a vuestras vidas, de forma yo aquí sí diría que tópica, os vais alejando de lo que queréis hacer, os vais introduciendo en una dinámica cada vez más negativa, las diferencias entre tú y Loquillo se agrandan y, finalmente, en 1989, abandonas el grupo… Tal vez sea lo que más se va a resaltar en la prensa, aunque no sea lo más importante del libro, pero el perfil que trazas de Loquillo en ‘Corre, rocker’ es francamente negativo.

Sí, sí, de cualquier manera me alegro de que lo digas, porque sí me interesa mucho resaltarlo. Yo sé que el libro tiene un componente morboso, de situaciones… no llegaría a decir de denuncias, pero sí de reacciones irritadas al respecto. Curiosamente, mucha gente – luego creo que he tenido éxito en mi periplo – se ha dado cuenta de que eso es secundario, que es el material de fondo con el que doy forma a una serie de planteamientos, y muchísima gente de la que está leyendo el libro, que me está entrevistando, tiene correctamente la misma idea que tenía yo… Ese es el material de fondo, que inevitablemente resulta morboso, pero luego hay un intento que vuela más alto que todo ese material, hay un intento de voz literaria de elaborar todos esos recuerdos. Frente a ese morbo no puedo hacer nada, es irritante, ¡pero fue así! Y eso es lo más curioso que acabas descubriendo que toda la historia que tú has descrito de nuestro periplo sigue perfectamente los patrones del estereotipo, del tópico, de cosas que han pasado otras veces e incluso se han novelizado. Cuando tú lo ves con la perspectiva del tiempo dices: “Es molesto, pero acabamos interpretando un tópico nosotros mismos”. Pero no me extraña. El mundo de la música, en particular del rock, de la música comercial de los últimos años, tiene mucho de tópico, tiene mucho de unos mitos de una iconografía bastante repetitiva y muy marcada.  Y, bueno, tarde o temprano, cuando eres muy joven, si acompaña el éxito económico además, te lo acabas creyendo un poco. Con lo cual,  el veredicto al final era: acabamos interpretando un tópico, hay que fastidiarse y hay que reconocerlo… ¡y como tal lo reconozco en el libro, con cierto sentido del humor! Lo importante es luego digerirlo y sacar conclusiones, y buscar en los pliegues de la realidad, de la cotidianidad de ese tópico, que es donde se hacen los hallazgos… el panorama psicológico, la construcción de cada uno de los personajes, etc. Yo pienso que los grandes hallazgos del libro están en esos detalles.

“Loquillo ya queda identificado para siempre con los años ochenta, como icono, como símbolo, al lado de Alaska y Almodóvar”

Decíamos antes que el perfil de Loquillo no sale favorecido en estas memorias. Pero, sinceramente, creo que quién no sale favorecido es tu personaje en los años ochenta: Sabino Méndez 1980 – 1989 sale bastante mal en estas memorias.

Sí, sí. Es curioso ver la reacción de muchos lectores… me estoy llegando a plantear si uno de los proyectos literarios aparte de los dos o tres que tenía en la mesa antes de publicar este libro añadir uno que fuera las reacciones de muchos lectores a este libro. Hay opiniones para todos los colores. Algunas más sagaces, algunas que te descubren aspectos insospechados. Hay dos que a mí me parecieron  muy sagaces y muy acertadas. Una de ellas de Ramón de España, que me dijo que, claro, yo narrativamente el truco que sigo es ser primero inmisericorde conmigo mismo. Es decir, me pinto como un personaje bastante ridículo que a veces hacía cosas extrañas. Luego, una vez ya establecido eso, puedo aplicar ese mismo patrón a los demás, con lo cual aflora la parte oscura que muchas de las figuras populares actualmente tienen. Y la segunda opinión que fue muy sagaz es la de un amigo, que no ha publicado nada pero que escribe muy bien y al que tengo un gran cariño, que venía a decir: “Bueno, entendemos el disgusto de Loquillo, pero no sé de qué se queja porque la construcción del personaje es ejemplar”. Es decir, de alguna manera, él es también un gran protagonista de este libro. Lo que no podía pedir es que fuera una construcción del personaje al gusto de él, hagiográfica, dando simplemente una parte, la más favorecedora, tenía que ser una visión de luces y sombras. Pero él sostiene que la construcción realmente era ejemplar, que de alguna manera  Loquillo ya queda identificado para siempre con los años ochenta, como icono, como símbolo, al lado de Alaska, Almodóvar y otros personajes de aquella época. Son visiones curiosas. Creo que viendo el libro, leyéndolo según esas visiones, también se ven niveles diferentes y pienso que tienen gran parte de razón ambos.

Heroinomanía.

Otro tercer personaje, que tiene nombre femenino y que ocupa muchísimas páginas en este libro es la heroína. Cuando llegué a la parte en que aparece la droga tuve la ingenuidad de pensar lo mismo que algunos de tus amigos de los años ochenta: bueno la heroína aparece aquí, pero va a ser algo pasajero, no va a tener tanta importancia en estas memorias que hasta ese momento están contando la movida de los ochenta… y, sin embargo, de repente llega la heroína y se queda casi hasta el final del libro.

Sí, y es que eso no es más que un reflejo de la realidad. Generalmente, eso es lo que te pasa también la vida real cuando empiezas a tener tratos con esa sustancia. Piensas que será una cosa pasajera, que será una época de tu vida en la que decides hacer experimentos o investigar llevado de tu curiosidad juvenil, y luego es un tema muchísimo más complejo, que puedes arrastrar durante muchos años. Yo  tuve la suerte de que tuve éxito en el 89, tengo amigos de esa época que han muerto a causa de ello y tengo otros que siguen más o menos sobreviviendo con ocasionales recaídas. Hace poco hablaba con uno de ellos, un músico del que no diremos el nombre, pero que es bastante conocido, que me comentaba: “la teoría me la sé toda, he hecho todas las reflexiones posibles. Ahora es un combate contra mí mismo”. Todo eso es escalofriante… entonces, cuando estaba trabajando en el libro, me di cuenta que no podía tratarlo como algo anecdótico, había que tratarlo a fondo, ir al tuétano. Y luego, eso ya no te sabría saber por qué, porque no soy sociólogo o antropólogo y sólo te doy mi opinión, sí que veo de golpe interés por dos temas últimamente: por la década de los ochenta, quizá es que ha pasado el tiempo suficiente para digerirla y ahora toca intentar explicarla, y por el tema de las drogas, en plural. Quizá porque también durante los noventa hemos decidido cerrar un poco los ojos y hablar de la droga, del problema de la droga, y ahora volvemos a verlo con un poco de realismo y sabemos que son diferentes sustancias. Han cambiado, en aquella época no existían las pastillas, como ahora, y la única manera de entender, comprender y encontrar soluciones para eso es separarlo, saber que estamos hablando de cosas diferentes, y no negar la realidad. Negar la realidad es un pésimo negocio, hay que aceptarla como es para poder dar soluciones. Evidentemente, los problemas con heroína, cocaína y sustancias ‘más ochenta’ no tienen nada que ver con los problemas que hoy en día puede provocar la adicción a las pastillas.

Las descripciones que haces de los efectos de la heroína, bueno, tu relación de amor – odio con la heroína, porque también cuentas la parte positiva que tú veías en esa adicción, pero uno se queda con la parte negativa, que es la que más le atrapa… Porque a veces he sentido estar en una especie de remolino con el personaje de las memorias que me llevaba hacia abajo y del que no sabía salir.

Bueno, querría dejar bien claro una cosa. Parte positiva, a la adicción, no le veo ninguna. Lo único que sí con una honestidad total lo que sí vengo a decir es que entiendo su capacidad de seducción. Pero evidentemente eso no es una parte positiva, es una de las explicaciones del porqué. Cuando entiendes la capacidad de seducción, por ejemplo, de un gran estafador no es lo que veas positiva sino que lo comprendes mejor. No comprendes en el sentido cristiano de justificarlo, comprendes para analizarlo, para desmontarlo mejor o combatirlo mejor. Lo que sí que está clarísimo es que cíclicamente se van a repetir con las sucesivas generaciones sustancias que, de alguna manera, provocan alivio, distracción de la carga de la vida, de la lucha constante. Entonces, bueno, el mejor homenaje quizá es ir a fondo, intentar hablar de esos temas, entrar en ese remolino sin miedo y encomendándote al dios de los literatos y esperando que la expresividad de te acompañe como para que el receptor de eso lo comprenda y lo viva de alguna manera. Que ese texto, sin la pretensión de ser didáctico, esté ahí y cada uno pueda coger lo que quiera y le aproveche.

La ilusión del futuro.

Mirando hacia el futuro, no hacia los ochenta, quería saber cuándo se va a editar tu próximo trabajo musical. Porque los capítulos de ‘Corre, rocker’ se corresponden con los temas de tu próximo disco y supongo que será una experiencia releer el libro escuchando la música de tu último trabajo.

Pues esa es una buena pregunta, porque en teoría yo estaba desarrollando las dos cosas a la vez, pero entonces aparecieron los de Espasa con la propuesta de sacar ellos el libro y la verdad es que como el libro ha tenido una repercusión bastante superior a la que me imaginaba, con una avalancha de trabajo impresionante el disco está paralizado. Las canciones están hechas, pero faltan los arreglos y decidir cómo se graban, la producción. Quería hacer ese trabajo este verano y grabarlo después. Lo que pasa es que ya no me atrevo a dar fechas porque la repercusión del libro está siendo muy superior a lo esperado e incluso he recibido ofertas de posible adaptación al cine… con lo cual más o menos los expertos en estos temas ya me han dicho que en los próximos seis meses voy a estar casi permanente ocupado, con lo cual me pregunto cómo voy a acabar el disco. Pero bueno, las canciones ya están hechas y para el año que viene, como muy muy tarde, seguro que tendremos novedades.

Muy bien, pues espero poder conversar contigo el año que viene cuando publiques el disco y tal vez alguna novela que tengas guardada en un cajón.

Y usted que lo vea, como dicen los castizos.

Pd. No dio tiempo a una segunda conversación. Para cuando llegó su siguiente trabajo yo ya no estaba en Radio Círculo. Pero después de ‘Corre, rocker’, Sabino Méndez  publicó tres libros más: Limusinas y estrellas (2003), Hotel Tierra (2006) e ‘Historia del hambre y la sed’ (2006); apoyó sucesivamente y con sendas canciones a dos pequeños partidos – Ciutadans y UPyD –; acudió al rescate de la SGAE cuando la entidad estaba más hundida y… se reconcilió con Loquillo. La semana que viene ambos publicarán La nave de los locos. Éste es su primer vídeoclip:

Pd. (27 de octubre de 2012): En un brillante ejercicio de antiperiodismo digital, Jordi Bernal ha publicado un artículo inmenso en JotDown, imprescindible si queréis saber más sobre Sabino, Loquillo y las andanzas de los Trogloditas. Enlace para torpes: ‘Loquillo y Sabino, después de tantos años’


‘Delenda est Hispania’

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Catón el Viejo pasó a los libros de historia por pesado.  Cada vez que terminaba su discurso en el Senado romano, el severo Catón terminaba con la misma frase: “Ceterum censeo Carthaginem esse delendam”: “Por lo demás, opino que Cartago debe ser destruida”. Tres años después de su muerte, Roma arrasó Cartago y sembró de sal su tierra para hacerla estéril. Inspirado en la célebre frase de Catón, Albert Pont ha escrito Delenda est Hispania, el libro de no ficción en catalán más vendido, según el suplemento Cultura/s de La Vanguardia.

En el puesto cuarto de esa misma lista está Catalunya. Estat propi, Estat ric, de Joan Canadell y Albert Macià, y en el sexto ‘Catalunya, a la independencia per la butxaca, de Alfons Duran-Pich, dos textos que intentan cimentar con datos económicos el sentimiento independentista. Los dos afirman que Cataluña sería uno de los estados más ricos de Europa si fuera independiente: si ahora tiene una deuda del 22% de su PIB, la más alta de España, no es responsabilidad de sus gobernantes sino por culpa del gobierno central. Eso, claro, es lo que le contó Artur Mas a Jordi Évole.

Siempre he creído más en la lucha de clases que en la guerra de banderas. Creo que un pobre de Barcelona tiene mucho más en común con un pobre de París que con un rico de la ciudad condal. Me parece tan obvio que no creo que una nueva frontera cree riqueza. Pero el éxito de este tipo de libros me parece un fenómeno editorial destacable. Así que he vuelto a revisar el que para mí es el mejor ensayo sobre la idea de España: Mater dolorosa’, de José Álvarez Junco, para recordar qué nos une.

Quienes recurren a la historia no suelen estar movidos por el mero espíritu científico, sino por el deseo de utilizar lo que están leyendo, de sacarle una rentabilidad inmediata”, advierte al lector José Álvarez Junco en las primeras líneas de este ensayo clave para comprender quiénes somos, de dónde venimos y dónde vamos. En ‘Mater DolorosaÁlvarez Junco demuestra que unos mismos hechos, como la invasión de España por las tropas de Napoleón, reciben distintos ‘bautizos’ y que son interpretados/utilizados de variada y hasta opuesta forma incluso por los representantes de una misma clase.

Sorprende descubrir que el nacionalismo español fue laico y progresista – la idea de nación y de soberanía nacional se oponían al poder absolutista del rey – en las primeras décadas del siglo XIX antes de convertirse en el pilar de la ideología conservadora. No hizo falta que llegase el desastre del 98’ para que la imagen de España fuese la de una madre plañidera vestida con harapos de luto, justo “cuando en Inglaterra se inventa la orgullosa ‘Britannia’ y en Francia la pura y desafiante ‘Marianne’.  Sólo faltaba la pérdida de Cuba, Filipinas y Puerto Rico para que los nacionalismos catalán y vasco despegasen. ¡Quién quería tener esa madre!

Artur Mas ha vuelto a recuperar esa metáfora. Cataluña, dice,  “es un hijo que desea emanciparse para encontrar la salida al laberinto de una crisis que hace más ricos a los ricos y destruye a los más débiles. Como si sentirse diferente fuese la única tabla de salvación, la semana pasada el alcalde de Gallifa, un pueblecito de Barcelona de 200 habitantes, anunció que ha pagado el IRPF de sus trabajadores de este verano del Ayuntamiento a la Generalitat y no al Estado. Gallifa presume así de ser la primera institución insumisa fiscal de España. Todos los vecinos que entrevistó un reportero apoyaban la iniciativa de su alcalde, pero cuando el redactor le preguntó su nombre a uno de ellos éste tuvo un lapsus de identidad:

-           “¿Cómo se llama?” – preguntó el redactor.

-          “José. No, Josep, Josep”  – contestó el vecino, como si su vida dependiese de su nombre -.

Pd. (1 de noviembre 2012): Os dejo el enlace del artículo que Antonio Elorza publica hoy en El País y que también tiene este título robado, ‘Delenda est Hispania’

Pd. 2 (8 de noviembre de 2012): Para saber más,Catalunya-España: nuevos libros para el debate‘, en el cultura/s de La Vanguardia. Y para saber mucho  más, la gran entrevista de Enric González al sabio Josep Fontana en Jotdown.


‘La historia del mundo en 100 objetos’

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Los derechos se arrebatan al poder y la moneda que ilustra estas líneas es uno de los objetos que mejor relatan esta lucha milenaria.  Es un penique acuñado durante el reinado de Eduardo VII (1901-1910), el heredero de la reina Victoria, una moneda de bronce demasiado común en su época y convertida en única gracias a una laboriosa y desconocida persona que grabó sobre la efigie del rey, letra a letra, la consigna sufragistaVotos para las mujeres”. Como escribe la artista Felicity Powell, el lema parece sonar directamente en la oreja del monarca.

“Es literalmente una desfiguración, directamente encima del rey. Y lo interesante para mí es el modo en que la oreja se convierte en un elemento central. Al remachar estas letras la oreja se ha dejado más o menos intacta, lo cual es un poco como decir: “¿Lo oye usted?” De ahí saca su verdadera fuerza (…) Los peniques probablemente eran la moneda más utilizada, de modo que lograr propagar el mensaje, subversivamente, en el ámbito público, tanto a quienes debían sentirse consolados por él como a quienes debían de sentirse escandalizados por él, constituye una idea brillante”.

Este penique subversivo es una de las piezas más singulares de La historia del mundo en 100 objetos’, un libro en el que Neil MacGregor, director del Museo Británico, resume el relato del hombre. Una historia a través de las cosas es imposible sin poetas, escribe MacGregor en el prólogo de este atractivo relato que nació para  BBC 4 – una radio cultural que en España nadie se ha molestado en crear -, pero lo cierto es que si cada breve capítulo de este libro despierta nuestra imaginación lo hace a partir de la interpretación científica. Gracias al trabajo de una pareja de arqueólogos, los Pétrequin,  hemos descubierto  cómo un hacha de jade de hace casi seis milenios encontrada en Gran Bretaña procede de una montaña de los Apeninos italianos: ¡los arqueólogos han encontrado incluso el bloque de jade original!

El descubrimiento de los Pétrequin fue hace tan solo nueve años, aunque el hacha de jade fue encontrada cerca de Canterbury mucho antes. Después pasó a formar parte de la inmensa colección del Museo Británico que es también un relato del poder británico, desde los mármoles del Partenón a la piedra Rosetta. Por eso MacGregor, un gran divulgador, da voz a  “las comunidades o países donde se hicieron los objetos (…) Solo ellas pueden explicar los significados que hoy tienen tales objetos en aquel contexto”. Así, una escritora egipcia cuenta la importancia de la piedra Rosetta y una arqueóloga griega explica por qué las figuras del Partenón son intemporales. Aunque los dos objetos sigan, claro, ¡en el British!

La historia del mundo en 100 objetos es un libro apasionante que se puede leer de manera convencional o a saltos, zigzagueando entre civilizaciones y continentes, viajando en el tiempo a través de elaborados productos mecánicos, como el astrolabio judío fabricado en la España medieval, o productos tan aparentemente sencillos – y, sin embargo, revolucionarios – como una tablilla de arcilla con las raciones de cerveza repartidas en una ciudad sumeria hace cinco mil años. Basta abrir el libro al azar para viajar en una máquina del tiempo que nos descubre la esencia de una civilización a través de un objeto. Como un plato de porcelana comunista elaborado en los primeros años de la dictadura soviética. Una obra que simboliza la dualidad imposible del paraíso proletario: un artículo de lujo nacido para ser vendido a un mundo capitalista que se quería destruir y que al mismo tiempo se necesitaba.  Una historia fascinante.

La historia del mundo en 100 objetos‘. Neil MacGregor. Editorial Debate. Barcelona, 2012. 800 páginas, 44 euros.


La celda del escritor

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Andrés Neuman necesita un espacio vacío, sentarse ante una pared desnuda que convierta su página en blanco en un universo infinito. Jesús Marchamalo ha convertido su escritorio en una chamarilería de fetiches, un búnker forrado de libros, postales, fotos y hasta “un trozo de empedrado que recogí junto a la iglesia do Carmo, y que pudo, por qué no, pisar Pessoa”. Menchu Gutiérrez precisa, siempre,  una superficie de madera  - “sobre una mesa de cristal escribiría una gélida biopsia emocional” -. Fernando Aramburu se siente escolar castigado y corrige sobre un pupitre de madera, a mano y de pie, los textos que escribe a ordenador:  ”el pupitre invita a ser cuidadoso y poeta”.

Dime dónde escribes y te diré qué creas. Cuéntame cómo escribes y quizá descubra el misterio. Como el único funcionario de un censo poético, el escritor Jesús Ortega comenzó en enero la tarea inacabable de descubrir dónde crean sus obras sus colegas.  Les pide una foto y un pequeño texto en el que ellos mismos expliquen la elección del lugar, lo que necesitan, lo que les sobra.  En su Proyecto escritorio abundan las habitaciones luminosas, con paredes blancas, suelo de tarima y mesas de madera noble. Pero también hay zulos con viejo suelo de terrazo, pilas de libros amontonados y mesa de aglomerado, como el escritorio de Pepe Cervera, feliz por emular a Cheever y escribir cuesta arriba, sin luz natural y en calzoncillos.

Hay escritores contra la pared – Javier Calvo, Fernando Aramburu, Jon Bilbao… – y escritores frente a la ventana – Miguel Ángel Zapata, Álex Chico… -. Hay escritores con flexoMercedes Cebrián, Carlos Marzal y otro buen puñado – y escritores con estanterías guardaespaldas -Juan Gabriel Vásquez o María Ángeles Cabré -. Hay una poeta malagueña que escribe ante un enorme mapa físico de América, en un cubículo estrecho con pared amarilla. Hay nómadas de hotelAngélica Liddell, flamante Premio Nacional de Literatura Dramática, – y prisioneros sin paredes, como Eduardo Beti, que anota historias en bancos de parques, asientos de autobuses y barras de bares, siempre con su moleskine en el bolsillo, incapaz de escribir en un sitio fijo. Sólo encontré a un escritor de café, quizá porque ya no hay cafés donde escribir. De todos ellos, destaco la lección del poeta:  

“Escribir consiste en no salir de casa – escribe Carlos Marzal- . En pensar en la gente, habiendo dejado de tratarla a menudo. En darle vueltas al asunto de la vida, mientras la vida parece que es todo aquello que se nos escapa, dando vueltas, cuando hablamos de ella. Escribir consiste en pasarse el día mirando un papel, o una máquina mecanográfica, o un ordenador, haciendo como si uno mirase las calles, el mar, las montañas, los bosques. Escribir —nadie nos había avisado de ello— representa estar encerrado en un cuarto la mayor parte del día: nosotros, que teníamos tanta vocación de intemperie, tanto apetito de forajidos. Significa estar rodeado de los mismos cuadros, de los mismos libros, de los mismos cachivaches de siempre, que se acumulan y multiplican a nuestro alrededor: nosotros, que nos soñábamos en la variedad absoluta sin interrupción y, a la vez, en el orden jamás interrumpido. Qué curioso: haber acabado de monjes, siendo partidarios de la disipación; haber ido a parar en eremitas nostálgicos, siendo devotos de la mundanidad. Aquí, en el escritorio ventana, en el escritorio pared, en el escritorio nadie, en el escritorio prisión, en el escritorio universo. Qué extraño este destino de animal sentado”.

Después de estas líneas, poco importa lo que tengan que decir los escritores con sillón en la Academia, Planeta bajo el brazo o flamante Premio Nacional rechazado, narradores que – quizá por estar demasiado ocupados  – no han contado aún cómo es su celda a este más que recomendable Proyecto escritorio’.


‘Lisboa, diario de abordo’

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CUADERNO DE ROBOS (VII)

Releer, sí esa siempre es la cuestión. Seitaridis me advirtió de mi tropezón cursi en mi última entrada y me recordó un libro maravilloso (primer aviso del cursilómetro) que leí hace muchos años: ‘Lisboa, diario de abordo‘, el viaje poético de José Cardoso Pires por esa ciudad que pudo y debió ser la capital del imperio de Felipe II. Cardoso camina por Lisboa y sueña conversaciones con Sebastião Opus Night, personaje de carne ficticia y nombre imán (segundo ¡CURSI!),  contertulio sabio que conoce todos los secretos de esta ciudad única (¡TOPICAZO!). Aquí van algunas líneas para despertar el deseo.

Fernando Pessoa está sentado bajo la lluvia en la terraza de ‘A Brasileira’. Dentro del café, está Almada. O estuvo. Durante mucho tiempo me acostumbré a verlo en la pared, en autorretrato de los años veinte, acompañado de dos señoras sofisticadas que parecían esperar cualquier cosa que pudiese llegar ¿Cualquier cosa, o algo determinado? ¿El segundo futurismo? ¿El próximo tren a París? Hasta hoy, silencio absoluto. En ‘A Brasileira’, Almada ha dejado de ser visto con ellas y, con lo que cae fuera, no es normal que vuelva pronto.

‘Chuvas corridas, tristezas crescidas e venha aguardente para lavar as feridas’, dicen los lisboetas de taberna. Mientras, Pessoa, que sabe eso de memoria porque “decilitró” por barras de media Lisboa, sigue en la terraza bajo la lluvia y, encima, sin vaso.

Ahí está él, nuestro padre”, decía Sebastião Opus Night señalando la estatua del poeta, siempre que pasábamos por el ‘Chiado’ al anochecer. No le parecía bien que los sentaran fuera para que los turistas le vinieran a sacar fotos en plan familiar, pero mejor sentado que a caballo, como ciertos héroes de estatua, porque en opinión de Opus Night, Pesoa debía de ser de pierna frágil. En todo caso, era el autor de ‘Mensagem’ y, como tal, padre de todos los desempleados que andan a la pesca de poemas por el Tajo, decía él.

Sí. En la silla del convidado de Pessoa sólo estaría bien Antonio Tabucchi”, murmuraba yo invariablemente, e invariablemente Opus Night guardaba silencio. Para un hastiado de Lisboa como él, Tabucchi era tal vez un escritor maldito, si es que alguna vez lo había leído.

Lo malo es que llueve. A esta hora Opus Night aún duerme el sueño de la tarde para calmar el whisky de la madrugada anterior y el pobre Pessoa de bronce hace años que ya está más allá del tiempo. Delante de él, en la plaza, tiene a un fraile putañero que hace más de tres siglos hizo versos jocosos y que ahora llora diarrea de palomas, sentado sobre un pedestal. Estoy hablando de Chiado. Nadie le presta atención, pero este hombre, además de hacer versos, fue ventrílocuo y un perdido granuja. Eso dicen.”

José Cardoso Pires falleció el 26 de octubre de 1998, apenas un año después de la publicación de su ‘Lisboa: diario de abordo‘. Su gran novela es Balada de la playa de los perros(1982), una investigación policial inspirada en un suceso real ocurrido durante la dictadura de Salazar. Alianza aún la mantiene en su catálogo, pero como este diario no la ha reeditado desde 1998. Reeditar, sí, esa también es la cuestión.

Pd: Más turista que viajero, la foto que acompaña estas líneas la hice en mi único viaje a Lisboa, un día luminoso, sin rastro de nubes de lluvia. Más Marchamalo que Neuman, guardo un sobre de azúcar de ‘A Brasileira‘ en un estante de mi librería, justo sobre el ordenador en el que he escrito estas líneas.


Demo(cracia)

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Intenté escribir este título con una raya en medio, una línea que sólo dejase libre “demo” y tachase cracia. Es un recurso que Pablo Gutiérrez utiliza muchas veces en esta novela con nombre de ensayo, pero aunque mi blog es de pago cuando necesito que demuestre sus presuntas cualidades se comporta como una demo, así que este recurso ortográfico no existe: debo pagar poco. Según el DRAE, una demo es una versión demostrativa (…) utilizada con fines de promoción. Y así es como Pablo Gutiérrez ve nuestro sistema, ese que tras chocar con el iceberg de la crisis tiene múltiples vías de agua. Si alguien te dice que en el ‘Titanic’ se ahogaron todos, sabrás que ya tiene plaza en uno de los pocos botes salvavidas.

Democracia’ comienza en septiembre de 2008, cuando Marco, un joven aparejador de una de las muchas empresas que nacieron durante el ‘ladrillazo’ es despedido. Su jefe, joven niño rico, caricatura de los triunfadores de la gran mentira, le pega una patada en el trasero justo el día en el que Lehman Brothers se derrumba y él pierde todo su dinero, inversión especulativa de listo que se cree más listo que tú, más listo que todos los Marcos. Marco se queda sin trabajo unos meses antes de que  los ministros del gobierno compitan entre sí por decir más alto y más fuerte: no llegaremos a los 4 millones de parados, “con los bancos nuestra paciencia es infinita“. Marco se siente servilleta manchada, kleenex usado, excreción del sistema. Sobra  y, lo que es peor, es uno de los primeros que sobra en  la gran crisiestafa. 

Marco se desmorona de autocompasión, incapaz de levantarse del retrete. El pijama es un lazo que atrapa sus tobillos, corzo abatido. Como en el cine, imagina un plano medio de sí mismo y se muere de dolor al verse tan acabado y fantoche, icono y se muere de dolor al verse tan acabado y fantoche, icono del Hombre Miseria, ideal repetido cada mañana en millones de cuartos de baño, como celditas de colmena: orín en el pocillo, olor a pelo sucio y a sábana, piernas boscosas, ingle inerte señalando el vacío, barba del tercer día. Que todos los ayuntamientos del país reserven partidas para erigir una reproducción de Marco Miseria, figuras templadas en bronce y emplastadas en el centro de las rotondas, cada mañana los conductores se reflejarán en ellas, todos los ayuntamientos deberían hacerlo como exorcismo”.

Nadie pensó en ello, ni siquiera en la locura del Plan E. Marco se pierde a sí mismo y pierde a su pareja, Julia, trabajadora del innombrable patrón de patrones que pidió un paréntesis en el sálvese quien pueda capitalista y entregó su centenaria empresa de viajes a un liquidador. Marco pierde su casa hipotecada, su madre encabronada con el mundo, su nido de vida convencional y segura. Sólo le queda su talento para dibujar y con un bote de pintura  emprende el proyecto de convertir las feas paredes de la ciudad en un mural de versos y dibujos, una obra ingenua que crece por la noche y es destruida a la mañana siguiente por los servicios de limpieza del ayuntamiento, no sea que alguien lea hace falta estar ciego, tener en los ojos raspaduras de vidrio y piense que el sistema es una demo.

En su viaje de pintura y versos, Marco conocerá a un trío de antisistemas inolvidable – es, quizá, la mejor parte de la novela -, y viajará al mundo sin nombres propios de Nada es crucial’, la novela con la que Pablo Gutiérrez se ganó el elogio generalizado de la crítica por tener lo que pocos escritores tienen, una voz propia, un estilo reconocible sólo con leer un puñado de líneas. En ‘Democracia’ el cómo se cuenta está por encima del qué se cuenta. No es la gran novela de la crisis – etiqueta que no creo que su autor haya tenido la pretensión de adjudicarse pero que pronto muchos pensamos en darle – aunque sí una gran narración sobre la soledad que reina en nuestra demo(cracia), donde cada vez hay más jugadores atrapados, ciudadanos expulsados a los márgenes del sistema, gente que sobra.

Democracia’. Pablo Gutiérrez. Editorial Seix Barral. Barcelona, 2012. 234 páginas, 17 euros.


Los poemas del lunes

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Llegaron como un regalo inesperado, cuando todavía la tristeza no había cubierto todo el país y no se podía recorrer Twitter saltando de ERE en ERE, cuando la poesía aún no era imprescindible. Entraban en el buzón al rayar el alba, demasiado tarde para ser la felicitación automática del robot de un banco, demasiado pronto para no pensar en un madrugón de prosa. Estaban allí nada más abrir el correo, todos los lunes, con una fidelidad no siempre correspondida, versos que casi siempre comenzaban con certezas.

 Como:

Es ahora la hora. Y qué más da.

Sea a quien sea sal y abre la puerta 

De mí haré una estatua ecuestre

“Si quieres comprender un poco más,

descálzate y pisa”

 Soñar tiene su precio y lo pagamos

El último llegó ayer,  a las 7:48 de la mañana, una hora más tarde de lo habitual – ¿cambió el horario de trabajo? o ¿te quedaste dormida, quizá? -. Siempre llegan con una palabra como título: tributos, sucesos, subterfugios, identidades, rotondas, allende… a veces dos, tres o incluso cuatro, los días en los que el laconismo sufre una derrota fugaz. Siempre, detrás de la certeza sintética, viene una historia, muchas veces contada por un poeta de apellido: Alonso, Marzal, Rodríguez, Maillard, Segovia, Grande

No siempre, sólo muy de tarde en tarde, contada por ti. Como:

‘Todo en orden‘ 

Hacia el Norte,

                                 el humo y la nostalgia.                                  

Hacia al Este,

la práctica y la fe.

Hacia el Sur

los viejos mapas y un café.

A la izquierda,

nuestras grandes pretensiones.

Yo, que soy un pésimo lector de poesía, me conmoví el día que despediste a un amigo con estos versos de Cernuda: “Para no ser ya más que memoria de luz”. Y sentí la gran suerte que él había tenido al conocerte. Por eso creo que te debía esta entrada hace mucho, mucho tiempo. Para contar a los que no encuentran tus versos en el buzón que acabas de publicar tu segundo poemario, Medidas cautelares’. Para darte, Anay Sala, todas las gracias que te debo desde aquel día que descubrí en mi correo los poemas que hacen mis lunes más fáciles.



‘La gran búsqueda’

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Smith Marx Schumpeter Keynes

El deseo de poner a la humanidad a las riendas es lo que motiva la mayor parte de los tratados de economía“. Es lo que pensaba Alfred Marshall en el Londres de los años 70 del siglo XIX, una ciudad por la que ya no caminaba Dickens aunque seguía mostrando escenas de pobreza dickensianas. Hoy, cuando de las aceras de muchas ciudades europeas brotan hombres arrodillados, intuyo que 9 de cada 10 españoles, griegos, irlandeses y portugueses piensan que estamos muy lejos de cumplir ese deseo. La estadounidense Sylvia Nasar, autora de La gran búsqueda’, es más optimista.

Su historia de la Economía es una brillante narración en la que el progreso es una línea continua, apenas frenada por duras crisis siempre superadas. El gran mérito de Nasar es construir una historia en la que se pueda apreciar este avance continuo mientras nos muestra las virtudes, debilidades y fobias de los genios. No deja de sorprenderme que Marx escribiese El Capital’ sin visitar nunca una fábrica, que Keynes, a pesar de su sabiduría, perdiese una fortuna en la bolsa porque fue incapaz de prever el gran crack del 29 o que los inteligentes Webb no viesen que la dictadura soviética no era la alternativa.

El relato de Nasar es una carrera de relevos – no dejéis de pinchar aquí – en la que el testigo del conocimiento económico supera las vallas cada vez más altas de las crisis. Al pesimista Marx le releva el optimista Alfred Marshall, que sí visitó fábricas a ambos lados del Atlántico y advirtió que los obreros no eran autómatas encadenados sino que influían, y mucho, en la mejora del trabajo, lo que obligaba al empresario a incentivar su labor. Donde se detiene Marshall, prosiguen Beatrice y Sidney Webb, que expresan por primera vez de forma clara y sistemática los pilares del estado de bienestar en la primera década del siglo XX.

Los Webb encontraron un aliado político en alguien tan poco revolucionario como Winston Churchill, quien ya en los años previos a la Primera Guerra Mundial pensaba que el Estado debía garantizar, escribe Nasar, “un seguro de desempleo y de incapacidad laboral, la escolarización obligatoria hasta los diecisiete años, la sustitución de la asistencia a los pobres por la provisión de empleo público mediante la construcción de carreteras y la nacionalización de los ferrocarriles”. Basta ver lo que pedía entonces Churchill para advertir el retroceso que vivimos ahora, en un camino de servidumbre muy diferente al augurado por Hayek, uno de los pocos economistas que vio venir el crack del 29.

Es posible que en el estado actual del conocimiento humano no estemos capacitados para entender una crisis tan vasta y novedosa (…) En todo el mundo no hay ningún profeta que nos ofrezca observaciones que puedan considerarse suficientemente amplias y oportunas (…) Ésta es también una crisis del conocimiento humano, y nuestros peores errores no han surgido de la malevolencia sino de la falta de previsión”. El periodista Walter Lippmann hizo este comentario a Keynes durante la emisión el primer programa de radio transatlántico. Si no fuera por la última frase, podríamos pensar que esa crisis vasta y novedosa a la que se refiere es la que vivimos, pero estas líneas citadas por Nasar tienen 79 años.

Ningún país fue capaz de encontrar una solución racional a la crisis. Y es aquí donde el testigo del progreso se cae al suelo, en mitad de la carrera. Mientras que Estados Unidos arrastró elevados índices de paro y pobreza hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Alemania, Italia y Japón dispararon su gasto militar para iniciar aquella guerra. Hoy, la Gran Depresión es ya la única referencia para la crisis que sufrimos y, lamentablemente, sabemos que no fueron los economistas los que encontraron la salida. Incluso en 1944, cuando la victoria de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial parecía inevitable, Paul A. Samuelson temía que la llegada de la paz trajera también el retorno de la crisis económica. Se equivocó. Ahora que España está a punto de llegar a los 6 millones de parados, es obvio que nuestra política económica es errónea. La cuestión es cuánto tiempo tardarán quienes nos mandan en admitirlo y hacer realidad el deseo de Marshall.

Pd.: A los que habéis llegado hasta aquí, os dejo como premio este vídeo genial de econstories.tv. Nunca vi un esfuerzo tan grande por contar de forma divertida y didáctica dos teorías económicas. Suena la campana y empieza el combate. Atentos al público y a los entrenadores.


‘Dublinés’

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Dublines Alfonso Zapico

Joyce no estaba prohibido, simplemente su ‘Ulises’ era inalcanzable.No intentéis leerlo. No entenderéis nada”.  Es lo que nos decía Maxi, nuestro profe de literatura, que siempre estaba incitándonos a leer.  Y le hice caso, tanto que ni siquiera tengo un ejemplar de Ulises’ en mi biblioteca, esperando como otros cientos ese día en el que en un impulso me decida por fin a leerlo. No, Ulises’ pasó de estar tras un  muro insuperable a ser un reto no deseado. Me salté su lectura cuando era un veinteañero y comía libros. ¿Llegar a casa a las nueve de la noche y arremangarme para leer la odisea de Leopold Bloom? No, ahora no es imposible, pero sí improbable.

Quizá por eso he disfrutado tanto con la biografía de Joyce que ha escrito y dibujado Alfonso Zapico. Dublinés’ – acertado título, Zapico -  cuenta en viñetas la original vida de este excéntrico novelista. Es una novela gráfica repleta de ritmo, donde casi siempre estás sonriendo y a veces ríes a carcajadas.  No descubro nada porque Zapico ganó hace dos meses el Premio Nacional del Cómic gracias a esta magnífica historia. Pero sí quiero compartir lo bien que lo he pasado viendo y leyendo esta historia que afronta el dificilísimo reto de contar la vida de Joyce. Tan egocéntrico como genial, tan alcohólico como gamberro, tan obsceno como libre, el Joyce de Zapico no es una caricatura y al terminar su lectura tienes la sensación de que conoces a este exigente escritor.

Es imposible definir el genio de Joyce: ¿Quién podría definir el genio de Shakespeare, o el de Dante, o el Chaucer, o el de Cervantes? – escribe Harold Bloom en Genios’ – Se podría hablar de “los genios” de Joyce, pero no ayudaría gran cosa”.  Y Zapico ni lo intenta, pero sí nos muestra la vida de Joyce, eterno dublinés en Trieste, Zúrich o París, casi siempre con problemas de dinero, profesor de inglés del futuro almirante Horthy, escritor rechazado por los editores, desahuciado de múltiples casas y siempre rescatado por un puñado de buenos amigos, infiel amado por una mujer que nunca intentó leer sus libros, visionario que poco a poco se quedó ciego y que murió demasiado pronto, agotado después de haber escrito Finnegans Wake’,  “la zancadilla más colosal de la historia de la literatura”.

Así definió Oliver Gogarty – un peligroso amigo del Joyce juerguista y veinteañero – la última gran novela del autor de Dublineses’. Son pocas las veces que se cuela alguna cita, porque Zapico ha trabajado mucho para integrar lo que los biógrafos, amigos, críticos y el hermano de Joyce han dicho de Joyce y mostrarnos los momentos más importantes de su vida.  Dublín-Trieste-París-Zúrich son las cuatro etapas de La ruta Joyce’ que Zapico ha seguido para documentarse, además de la lectura de la biografía canónica que escribió Richard Ellmann y un libro que me reconcilia con mi miedo adolescente: Joyce para principiantes’. El resultado es una invitación a unirse a la orden de Finnegans, un billete para viajar a Dublín y celebrar el Bloomsday y, sobre todo, un empujón de valentía para saltar mi viejo muro insuperable e intentar leer el temible ‘Ulises’. Gracias, Zapico.

‘Dublinés’. Alfonso Zapico. Editorial Astiberri. Bilbao, 2011. 232 páginas, 18 euros.

 


La guerra de Dix

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Otto Dix Essenholer-bei-Pilkem

Amanece. Un sol radiante anuncia un día hermoso. Quizá sea primavera o verano. No podemos saberlo porque la muerte ha parado el tiempo. El cañoneo ha convertido el campo en una desordenada sucesión de pequeñas elevaciones y hondonadas. Los árboles son estacas partidas con ramas de alambre de espino. Si uno se fija bien, puede distinguir el esqueleto blanquecino de un soldado en la tierra de nadie. En primer plano, dos soldados alemanes se mueven a cuatro patas para evitar ser vistos por un enemigo invisible.

Colgadas de sus bocas, agarradas por sus dientes, llevan sendas bolsas para su posible desayuno. La mano del soldado que gatea casi toca la mano de un esqueleto que nace de la tierra. Son los restos de un soldado que quizá murió la primavera pasada y quedó sepultado en su trinchera. Su mano de huesos es más humana que la mano de los vivos, tan rotunda como una pezuña. Los dos hombres que gatean se han convertido en animales que luchan instintivamente por su supervivencia. Parece imposible creer que sólo unos meses antes podían haber manejado un pincel.

(Si quieres saber cómo continúa este texto, sigue leyendo en unfollowmagazine)


‘Los mares náufragos’…

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Antes del viaje siempre llegó el sueño,  la ambición de descubrir un mundo nuevo, la codicia de una tierra nueva llena de riquezas. No siempre, el deseo de conocer al otro. Casi nunca, la necesidad de comprenderlo. No había camino, sólo un océano inmenso. Como ciegos agarrados a su bastón, los marineros no perdían la línea de la costa. Circunnavegar África, es lo que hicieron los navegantes portugueses del siglo XV para llegar al Índico. Después, llegó el gran salto, el viaje hasta la India a través del océano por las autopistas invisibles del monzón.

Pocos historiadores, ninguno en España, han contado tan bien este viaje como Isabel Soler en El nudo y la esfera’, uno de los mejores libros escritos en nuestro país en los últimos años. Mi edición tiene el lomo arrugado y está llena de líneas subrayadas hace ya 10 años. Entonces mezclé el estudio de Isabel Soler con las maravillosas ‘lusofonías’ del fotógrafo José Manuel Navia, retratos de la huella que aún queda del gran viaje portugués. Y completé aquel trabajo con una entrevista a Soler sobre Los mares náufragos’, una historia de los navegantes que nunca llegaron a su meta. Espero que os guste.

…una conversación con Isabel Soler

Pienso en la imagen clásica del náufrago y enseguida veo una isla tropical, con una playa paradisíaca y un sol radiante, y distingo a lo lejos la figura solitaria de Robinson Crusoe que se dirige hacia su mansión de madera. Me sorprende que Defoe fijase esta imagen del náufrago como un triunfador de la civilización  tan sólo quince años antes de la publicación de la antología de Gomes de Brito, que si algo representa es la imposibilidad de mantener la civilización en el páramo desconocido y salvaje al que son arrojados los náufragos. ¿Barroco e Ilustración o realidad y ficción?

Pues yo creo que las dos cosas. De hecho, Taylor, el editor de Defoe, exigió que el nombre del autor no apareciera en el frontispicio de la obra para que así diera sensación de ser un relato “más verdadero” y se vendiese mejor al publicarse como unas memorias. Defoe se inspiró en la crónica que el capitán Rogers había escrito unos años antes sobre el rescate del marinero Alexander Selkirk, que había sobrevivido durante cuatro años en la isla de Juan Fernández. Este es el posible punto en común entre Robinson y los náufragos de Bernardo Gomes de Brito, y responde a la atracción del lector de cualquier época por la realidad y por la experiencia biográfica. Después, que un moderno burgués, gracias a su inteligencia y su voluntad, consiga sobrevivir 28 años sin ayuda de nadie, someter a la naturaleza y construir todo un mundo civilizado en el espacio incivilizado, eso es literatura, de la buena, pero literatura. Por otro lado, ‘Robinson Crusoe es la metáfora del hombre ilustrado, pero también de todo un imperio británico en expansión, y ahí ya no hay punto en común con los náufragos de la ‘História Trágico-Marítima’. En las crónicas de naufragios no hay símbolos ni metáforas, sino, sobre todo, aviso a navegantes.

Asimismo, tu pregunta lleva directamente al complejo debate sobre el género de la literatura de viajes: en la actualidad llamamos “literatura” a un inmenso conjunto de obras muy diversas que nunca, o muy pocas veces, fueron concebidas por sus autores como “literatura”; y ahí se establece otra distancia entre Defoe y los náufragos de las crónicas del XVI, aunque es cierto que, por su carácter divulgativo y por el efecto social que tenían, las crónicas contienen un componente de marcada voluntad literaria que busca la reacción psicológica en el lector.

“El náufrago es un héroe barroco que llora, sufre, reza, se desespera, un hombre expulsado del espacio y del tiempo”

El naufragio siempre es un acto brutal, pero la verdadera tragedia es la del superviviente, que se inicia el día después del hundimiento. Los náufragos se muestran incapaces de recrear la civilización pero al mismo tiempo toman la iniciativa de partir en su búsqueda, de adentrarse en una tierra desconocida.

Se daban naufragios en diferentes puntos difíciles de la carrera de indias, pero muchos en las costas de la actual Sudáfrica, antes de pasar el cabo de Buena Esperanza, unas costas muy escarpadas, sin posibilidad de refugio, sin agua ni alimentos, poco pobladas. Gran parte de las crónicas recogen esa circunstancia y revelan que difícilmente los supervivientes del naufragio podían mantenerse con vida allí durante mucho tiempo. Llevan cartas de marear o conocen por experiencia de otros viajes los diferentes puertos frecuentados por las naves occidentales, por lo que parece lógico que intenten llegar a esos puertos, aunque no sepan con exactitud dónde se encuentran. Muchos náufragos se quedaban en el lugar del naufragio, otros morían en el camino hacia el lugar conocido y sólo unos pocos, fuertes física y emocionalmente, conseguían llegar.

shipwrecked (1)

En “El nudo y la esfera” afirma que el náufrago rompe la imagen del héroe clásico y, sin embargo, el drama que protagoniza puede compararse a una tragedia griega. ¿Por qué?

Creo que no es tanto la imagen del héroe clásico como la imagen clásica del héroe. Se trata de textos que rebosan lucha heroica contra la adversidad, motivo de sobra conocido por el lector de la época, pero esa adversidad y esa desgracia son reales así como el protagonista del propio relato, y eso modifica el concepto de aventura. Ese aventurero que es el náufrago no es ya el héroe reconocible en las páginas literarias occidentales que se enfrenta y supera una adversidad predestinada, sino que es aquel que tiene que reaccionar ante la magnitud de lo imprevisto. La verdad y la realidad, por muy increíbles que sean, dominan el proceso de lectura y la impregnan de fatalismo, entre otras cosas, porque el lector sabe de antemano lo que va a leer: algo funesto, una desgracia, el relato de una aventura de la que los protagonistas no van a salir triunfantes.

Y en esa atmósfera fatídica creada por la realidad y la verdad intervienen elementos que participan en la ruptura del esquema clásico del héroe: el miedo, por ejemplo, o las conductas moralmente reprobables en situaciones límite, o el hecho de tener que asumir un destino sin que exista posibilidad de cambiarlo, o la conciencia de la falta de seguridad o de fragilidad o de serenidad, el desamparo, la pérdida de la esperanza. Todo eso hace del náufrago un héroe tremendamente barroco, que llora, sufre, grita, reza, se desespera; un héroe humano que inspira piedad y que necesita a Dios para que ponga orden en ese destino, en ese gran teatro del mundo, que él no puede gobernar. De ahí la necesidad de explicar el porqué de toda esa tragedia: el hombre ha de rendir cuentas por sus errores (la hamartía clásica, el pecado judeocristiano). La hybris y la némesis clásicas ocupan un lugar más en la historia de los actos de los hombres. Es una reflexión muy larga a la que dedico bastantes páginas en el libro porque me interesó mucho.

Dios está en todos los relatos. El náufrago necesita creer en su protección y siempre encuentra un fallo humano, producto de la ambición que lleva a sobrecargar la nave, a partir fuera de la temporada de buen tiempo o, sencillamente, a carecer de la suficiente preparación técnica. ¿El error se convierte en pecado porque el náufrago se siente incapaz de lograr salvarse sin la ayuda divina?

A la desgracia hay que llamarla de alguna manera, sobre todo cuando es tan incomprensible, o cuando la razón no puede explicarla. En esos casos, Dios tiene ahí, como siempre, un papel singular.

 “Los que han conocido el infierno, sean naufragios o guerras, son irremediablemente transformados por esa experiencia”

¿Qué oculta el narrador del naufragio?

Pobre, no creo que tenga capacidad para ocultar nada. Al contrario, creo que su vida y sus actos quedan totalmente al descubierto.

Hambre y sed, fieras salvajes y hombres hostiles. El náufrago camina por un purgatorio, invoca la protección de Dios, se reconoce pecador y se muestra arrepentido. Pero, al mismo tiempo, ¿no supera esta dura prueba traicionándose a sí mismo?, ¿no se convierte en un salvaje en comparación no con quien era antes del naufragio sino con los nativos a los que desprecia y teme?

Creo que muy pocos hombres, en cualquier época, son capaces de sobrevivir en el caos. Y creo que los que han conocido el infierno, sean naufragios, guerras o desastres naturales, se ven irremediablemente transformados por esa experiencia. Al destino funesto también hay que llamarlo de algún modo, infierno o purgatorio, por ejemplo, y hay que justificarlo: se explica como castigo por los muchos pecados cometidos. Pero una vez asumido, el hombre, el náufrago, inicia el proceso de adaptación a ese nuevo espacio infernal, y el espacio lo transforma en un salvaje, hasta el punto de que es incapaz de reconocerse a sí mismo. No se reconoce ni física ni moralmente, ni siquiera puede compararse al que era antes, pero tampoco puede identificarse con el hombre natural de ese espacio inhóspito que recorre en su vagabundeo, los negros de las diferentes tribus que va encontrando. El náufrago es un hombre expulsado del espacio, y asimismo, del tiempo.

Giovanni_di_Paolo-St_Clare_Rescuing_the_Shipwrecked.normalSabemos que los náufragos que narran su tragedia han logrado no sólo salvarse sino regresar a Portugal. Sabemos cómo termina la historia, pero nos sigue interesando, sigue viva después de 450 años cuando quizá su autor sólo intentaba responder a una necesidad contemporánea. Brito rescató los relatos 200 años después de su publicación, y ahora, 250 años después, su antología es a su vez rescatada… y sigue viva. ¿Dónde cree que reside la clave de esta vitalidad literaria?

Yo creo que la clave está en la vida. Me explico: los siglos XV y XVI marcan el inicio de las eras viajeras occidentales (eras que culminan en el siglo XX con la llegada del hombre a la luna), los viajes fueron narrados de muy diversas maneras por los cronistas y generaron un corpus vastísimo que recogieron y estudiaron los historiadores. En la escuela, cuando éramos pequeños, y en la universidad, los que estudiamos historia y literatura, nos contaron eso, la historia, nos llenaron de fechas, de nombres, de recorridos en el mapa, nos llenaron de datos. Pero no nos contaron la vida. Las crónicas de naufragios no hablan de Vasco de Gama ni de Cristóbal Colón ni de Magallanes, hablan de las personas anónimas que llenaban los barcos, de gente que tenía su vida vinculada al mar, gente que emigraba o tenía negocios en otros continentes, los mismos que hoy se suben a un avión o a un autobús para empezar una nueva vida o para ver cómo va su negocio o simplemente van a probar suerte a otra parte. Las crónicas de naufragios del XVI cuentan el naufragio vital de entonces, la lucha por la vida y la muerte de entonces, pero ese naufragio no se aleja demasiado de muchas historias vitales de la actualidad. Y en España, tristemente, sabemos algo de eso.

“El náufrago de García Márquez podría ser cualquier superviviente de las naves portuguesas”

De los cinco relatos seleccionados, ¿cuál le parece más valioso?

Bernardo Gomes de Brito seleccionó doce (aunque su proyecto inicial era publicar una obra en cinco volúmenes, y la censura portuguesa apenas le permitió publicar uno) y reconozco que a mí me hubiera gustado editar los doce, pero creo que tanta desgracia hubiese sido excesiva. El primero, el de la pérdida del São João, me gusta mucho, con esa Dona Leonor tan digna y tan luchadora, capaz de “caminar como un hombre” días y días, pero me resulta excesivamente literario y casi adulterado, quizás porque muestra la muerte de personajes perfectamente identificables por la sociedad lisboeta y goesa de la época. De hecho, este relato sirvió de modelo genérico para el resto de las crónicas.

Pero mi preferido es el segundo, el que firma Manuel Mesquita Perestrelo: se da dos años después del de São João y en el mismo sitio —encuentran los restos del galeón, y por el camino hacia Mozambique, encuentran a varios supervivientes—, ofrece mucha información sobre las respuestas de la nave durante la tempestad y el naufragio, es muy meticuloso en registrar todas las soluciones que se van proponiendo y en su resultado, y cuenta con esmero todas las penalidades que van sufriendo a lo largo del camino; en eso es tan trepidante que no da respiro, y de párrafo en párrafo van aumentando las desgracias hasta un límite que no se puede imaginar. Perestrelo es frío en su relato pero emociona hasta las lágrimas cuando narra la muerte de su hermano y lo mucho que luchó para salvarlo, o cuando finalmente se salva. Recuerdo que cuando terminé la traducción de esta crónica —traducir obliga a una relación muy especial con lo que se está contando— lloré de alegría, y es que le veía la cara y le sabía el esfuerzo, lo había visto luchar meses y meses. He leído la crónica muchas veces. Me sigue emocionando.

Relato de un náufrago’, ‘Robinson Crusoe’, El señor de las moscas. Tres obras clásicas. ¿Cuál de ellas le parece más cercana a la realidad narrada en los textos de ‘Los mares náufragos’?

Sin duda, ‘Relato de un náufrago’. Es la que demuestra —no sólo porque es un relato real— que las crónicas de la ‘História Trágico-Marítima’ siguen estando vivas. El náufrago de García Márquez podría ser cualquier superviviente de las naves portuguesas.

Para el lector lisboeta del siglo XVI, estos relatos eran auténtica “literatura de consumo”. Para el lector dieciochesco, “un documento antropológico”. En las librerías del siglo XXI, su libro está colocado en la mesa de novedades de literatura. ¿Acierto o error?

Un acierto, un acierto (aunque me consta que en las mesas de novedades de las librerías los libros permanecen poco tiempo). No conozco a nadie que no se haya quedado impresionado por estos relatos y creo que vale la pena que el lector español los pueda leer. Si cuando los saquen de las novedades van a parar a la sección de literatura o de historia, eso es el sino de toda la literatura de viajes, nunca se sabe ni dónde ponerla ni dónde encontrarla.

El nudo y la esfera’. Isabel Soler. El Acantilado. Barcelona. 2003, 648 páginas. 30 euros.

Los mares náufragos’. Isabel Soler. El Acantilado. Barcelona, 2004, 288 páginas. 16 euros.

‘Derrota de Vasco de Gama‘. Isabel Soler. El Acantilado. Barcelona, 2012, 232 páginas, 20 euros.


Xammar, nuestro hombre en Berlín

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Hombre que negó el saludo a Hitler

En esta crisis alemana, que dura ya desde hace dos semanas justas, casi ningún día la verdad de por la mañana ha sido la verdad de por la noche, y la verdad de la noche no ha sido nunca la verdad de la mañana siguiente”.  Es  jueves, uno de diciembre de 1932, y los lectores del diario Ahora’, que dirige el magistral Manuel Chaves Nogales,  leen  cómo Eugenio Xammar intenta atrapar  desde Berlín una verdad escurridiza, el viaje hacia el nazismo de la República de Weimar, aquella resistible ascensión de Adolfo Hitler.

Xammar llama a Hitler Don Adolfo Hitler y Don Adolfo da menos miedo. Casi parece un hombre respetable, hasta que el cronista se ríe de su bigote de Chaplin mucho antes de que Chaplin le caricaturice danzando con el mundo y le define como hombre de un solo discurso: “Su programa es un programa clásico de dictador. Con breves y sencillas palabras promete la felicidad general”.  En su relato discontinuo, Xammar muestra con detalle cómo en meses el canciller elegido en un país de 6 millones de parados dinamita los pilares de la democracia y construye día a día su régimen de terror con la complicidad feliz de millones de alemanes comunistas, católicos, socialistas, que se convirtieron en nazis en cuestión de meses.

 “Varios millones de alemanes que comen poco – escribe Xammar – están convencidos de que si no comen más, la culpa la tienen los judíos. A esos ciudadanos, tan patrióticos como desorientados,  hay que entretenerles con algo”.  Jugamos con ventaja, sabemos el terrible final de esta historia, pero aún así las Crónicas desde Berlín’  de Xammar, periódico en formato de libro, se leen con fascinación porque nos convierten en un lector contemporáneo de aquellos hechos decisivos. En una fecha tan temprana como el 26 de marzo de 1933, Xammar nos descubre los campos de concentración. Una semana más tarde relata la persecución de los judíos y el 24 de diciembre de 1933 la ley de esterilización a cuyas víctimas tan bien representó Montgomery Clift en ¿Vencedores o vencidos?

Xammar comienza esta crónica de forma magistral:

La dueña de la casa se dirige al invitado que se pasea por los salones con aire un poco aburrido y, para entrar en conversación, le pregunta:

  - Ante todo, ¿se llama usted Sáenz del Pardo o Sainz del Pardo?

  - Es igual, señora – contesta el interpelado -. La cuestión es pasar el rato”.

Aclarado el enfoque de la crónica, Xammar informa del coste del proceso de esterilizar a 400.000 alemanes y cita a un profesor defensor de un mundo perfecto que, sin ningún criterio ético, no ve en la eugenesia un gasto sino una inversión de futuro. Contados los hechos, detalladas las diferencias de esterilizar a hombres y mujeres, el cronista concluye:

Después de lo que antecede, díganos el lector si no cree también que Alemania se va poniendo difícil para Sáenz del Pardo, para Sainz del Pardo y, en general, para todas aquellas personas que opinan que, en el fondo, lo único que importa es pasar el rato del modo más agradable posible”.

No hay vuelo sin motor en las crónicas de Xammar. Informar es el gran reto que asume en sus relatos, en los que siempre el qué se cuenta domina al cómo se cuenta y en los que es tan riguroso con los hechos como con el lenguaje que utiliza para explicarlos. Casi todas las crónicas de Xammar son telefónicas y tienen una frescura inexistente en los libros de Historia.  Para la sucesión de Brüning suenan los nombres de unos cuantos señores sin importancia, titula uno de sus textos y demuestra por qué es necesario un buen corresponsal, que contextualiza a sus lectores la información, la ordena y la explica. Ese periodista a extinguir en un oficio malherido, enseñado por periodistas que no nos descubrieron a Xammar.

Crónicas desde Berlín’. Eugenio Xammar. Editorial Acantilado. Barcelona, 2005, 368 páginas. 20 euros.

Pd. 1:  Este texto se titula igual que un gran artículo de Charo González Prada, editora de los artículos de Xammar y, con seguridad, la persona que más sabe sobre la vida y obra de este periodista. Descubrí que había elegido el mismo título justo antes de publicar la entrada. Creo que es tan bueno que en el futuro otros lo volverán a descubrir.

Pd. 2:  Apenas hay fotos de Xammar en la red, así que preferí ilustrar estas líneas con el retrato de August Landmesser, un desobediente que nos recuerda la facilidad con la que los hombres nos convertimos en un dócil rebaño.

Pd. 3: Ésta es la entrada 150 del blog.


‘Memorias de un librero’

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Héctor Yánover

CUADERNO DE ROBOS  (VIII)

¡El best seller ha muerto! ¡El best seller ha muerto!” grita un coro de libreros, mientras un séquito de plañideras deshoja a su paso ejemplares de ‘Ángeles y demonios’. Juan Bonilla mira la procesión con pena y pone interrogaciones al titular de su artículo para contar lo que no quiere narrar, que las librerías se mueren.  Es lo que ocurre cuando olvidamos que para ser refugio las librerías tienen que ser antes negocio.

Héctor Yánover lo supo bien. Tanto que sus clientes le dieron el título de librero más famoso de Buenos Aires”. Daniel Paz lo retrató como un ángel con alas de libro, pero si lees sus entrañables memorias descubrirás que sobre todo fue un superviviente nato de un negocio que siempre estuvo en crisis.  Aquí va una pequeña colección de sus anécdotas y máximas, para despertar el deseo de entrar en una librería y comprar, comprar, comprar…

Es una anécdota tan buena que debería ser verdad, pero…

“Quiero creer que un día de 1942, Ramón Gómez de la Serna compró el diario ‘El Mundo’ en la esquina de Callao y Corrientes para leer la ‘Aguafuerte Porteña’ de Roberto Arlt y se enteró del suicidio de Stefan Zweig. Caminando por Corrientes pensó que no tenía consigo la autobiografía de Zweig, El mundo de ayer’. Entró a la librería de Palumbo, que fue aquella donde Arlt trabajó cuando escribía los cuentos de ‘El Jorobadito’ y pidió:

     - ¿Me da ‘El mundo de ayer’?

Palumbo, ofendido, respondió:

     - Aquí no vendemos diarios viejos”.

Clientes inolvidables…

“Un caluroso mediodía una morocha pidió un libro de éxito. Antes de que se lo envolvieran, el doctor Sánchez, habitué que paraba por allí y estaba leyendo junto a la caja, lo tomó con aire displicente mientras le decía  a la atónica joven:

     - ¿Me permite que se lo dedique? Soy el autor.

Y antes de que ella pudiese responder, ya había escrito “A mi dulce amiga…” – ¿Cómo es su nombre? – Sánchez era capaz de firmar, siempre como autor, libros de Homero, Platón y Pascal”.

…y ladrones que se creen héroes.

“Todo ladrón de libros se siente un revolucionario. Un intelectual que no ha robado un libro es a la cultura lo que una virgen al sexo”.

“En la librería Masperó, en París, pusieron un cartel que decía: “La derecha nos quiere suprimir; si ustedes siguen robando libros, tendremos que cerrar. No colabore con el enemigo”. Cerraron”.

Ni templos ni comercios, sólo el centro del mundo

“Hay librerías que son cementerios de palabras, con nichos hasta el techo (…) Hay librerías donde los libros gritan “sálveme, sáqueme de aquí” (…) Hay éstas en las que dan ganas de entrar y aquéllas de las que sólo dan ganas de salir si es posible, sin haber entrado nunca. ¿Sabés dónde está la diferencia? En los dueños. Detrás de cada librería hay un hombre responsable de su cara”…

…aunque a veces no sepan lo que venden

     “ – ¿Tiene ‘Cartas persas’

Totalmente infatuado, el guardián del paraíso responde:

      – Aquí no vendemos barajas”.

 “…la poesía es hermana de la aventura y es por eso que los tahúres son atraídos por el libro como el poeta por el juego. Por eso no es raro ver a gente que debiera tener una pizzería detrás del mostrador de una librería. Porque el libro es un vicio que obra no sólo por lectura sino también por contacto y obliga a gente que jamás ha abierto ninguno a serle fiel por vida. Como un virus”.

Divertirse, esa es la cuestión

El que no se divierte leyendo no debe leer. Las únicas diferencias entre los hombres son aquellas que señalan que ca cual es ca cual y se divierte con otro libro”.

‘Memorias de un librero’. Héctor Yánover. Editorial Anaya & Mario Muchnik. Madrid, 1994. 272 páginas.

Pd.: Para los que aún compráis libros que se tocan, se huelen y se venden en librerías, un premio:


‘Crónicas de Jerusalén’

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Guy Delisle Crónicas de Jerusalén

Esta región es agotadora”, le dice Sébastien, un empleado de la Alianza Francesa, a Guy Delisle en uno de los muchos viajes a través de los checkpoint que trocean Jerusalén. Y ciertamente lo es para el lector, que camina por la ciudad tres veces santa a través de las viñetas de Delisle, con la mirada sorprendida de un católico madurado en ateo que descubre una ciudad trofeo y fortaleza. A Delisle le fascina el muro de láminas de hormigón y torres de castillo medieval que domina el horizonte y una y otra vez acaba dibujando lo que ocurre en los alrededores de esta barrera levantada para impedir atentados terroristas y que ha partido la vida de centenares de miles de palestinos.

Crónicas de Jerusalén 3

No conocía gran cosa del conflicto cuando llegue a Jerusalén (…) Al principio me sorprendió la constante presencia de militares. Pensaba que era una ciudad totalmente occidentalizada, pero me di cuenta de que no es así”, cuenta Delisle a Raquel Villaécija en un artículo con un título tan bueno como caduco: El dibujante de las dictaduras’. Porque Israel – a diferencia de Birmania, China y Corea del Norte, escenario de sus viajes anteriores y de su imprescindible Pyonyang’,  uno de los mejores relatos sobre el régimen de terror de Corea del Norte – no es una dictadura, aunque los palestinos vivan al dictado de los israelíes.

Delisle Crónicas desde Jerusalén

12 meses, 12 capítulos. Delisle llega a Jerusalén oriental acompañando a su mujer, trabajadora de Médicos Sin Fronteras,  en agosto de 2008 y permanece en la ciudad hasta el verano del año siguiente. En Navidad le sorprende la operación Plomo fundido’, que desborda a los cooperantes de MSF y que deja un terrible balance:  “1.300 palestinos muertos, de los que un tercio son niños; 13 soldados israelíes muertos, cinco de ellos por fuego amigo; y 4 civiles de Israel muertos por los 778 cohetes lanzados por Hamás”, según Reuters. Pero Delisle no dibuja reportajes, como Joe  Sacco, sino originales guías de viaje y su mirada está más cerca de la de su posible lector que de la de un periodista.

En Crónicas de Jerusalén Delisle cuenta con humor sus desventuras como amo de casa en una ciudad antipática para casi todos, más si tienen niños pequeños, pero su relato se eleva cuando cuenta sus problemas para entrar y salir de Israel cada vez que tiene que coger un avión, su imposibilidad para dar un taller de cómic en Gaza – está convencido de que los israelíes le prohíben ir a la Franja porque le han confundido con Joe Sacco - , la indiferencia de la población ante la omnipresencia de hombres armados  o sus visitas a los barrios de ultraortodoxos y colonos, nada amistosos con los turistas o con los cooperantes de MSF. Son dos mundos que están al lado pero viven de manera paralela”,  comenta Delisle a Villaécija.

Crónicas de Jerusalén 4

La brecha separa a palestinos de israelíes, pero también divide a los israelíes. El mejor ejemplo es la doble visita que Delisle realiza a Hebrón, la primera con un guía de Breaking the silence’, una organización de soldados veteranos que quieren contar su visión de los territorios ocupados; la segunda, con los colonos que viven en la ciudad palestina. La diferencia es enorme, aunque en ambos casos Delisle eche en falta la visión palestina del relato.  A ese Israel plural ha apelado Antonio Muñoz Molina para aceptar el premio Jerusalén: No conozco a nadie que sea más lúcido y crítico de lo que hace el Estado de Israel que algunos israelíes”. No lo dudo, pero después de visitar Jerusalén a través de las viñetas de Delisle creo que los israelíes lúcidos y críticos no son mayoría en Jerusalén.

‘Crónicas de Jerusalén’. Guy Delisle. Editorial Astiberri. Bilbao, 2011. 336 páginas, 26 euros.

Pd.: Os dejo esta entrevista con el autor, para los que sabéis francés.

 



‘El autoestopista de Grozni’

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Un equipo es la huella dactilar emocional escribe Ramón Lobo en El autoestopista de Grozni, un libro breve, casi fugaz, que demuestra por qué las obras pequeñas permiten conocer mejor a un escritor que sus proyectos más ambiciosos.  Al fin y al cabo, Ramón Lobo nos habla de las dos pasiones alrededor de las cuales ha construido su vida: el periodismo y el fútbol, sus viajes como héroe inexistente a las guerras de finales del siglo XX y principios del XXI y su amor al Real Madrid, la única herencia paterna que reivindica.

“…huella dactilar emocional”. Leí esta metáfora y enseguida recordé una de las mejores escenas de El secreto de sus ojos’. Pablo Sandoval (Guillermo Francella) y Benjamín Esposito (sic) (Ricardo Darín) escuchan cómo los parroquianos de un bar conversan sobre las desventuras de su equipo de fútbol favorito cuando Sandoval descubre cómo atrapar al asesino que persiguen: “¿Te das cuenta, Benjamín? El tipo puede cambiar de todo, de cara, de casa, de familia, de novia, de religión… de dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar, Benjamín. No puede cambiar de pasión”. Y enseguida Campanella nos lleva en un plano secuencia inolvidable a un partido del Racing de Avellaneda.

Así que el fútbol puede ser una condena – y no haré un chiste fácil porque varios de mis mejores amigos son ese equipo que estás pensando -  pero también un salvoconducto. Enero de 1995, Grozni. La artillería y la aviación rusa han arrasado la capital chechena. En los sótanos de la ciudad, bajo un sucio mar de ruinas y nieve, sobreviven miles de “rusos pobres, ingusetios, daguestanos, osetios del norte, kabrdino-balarianos, georgianos” y guerrilleros chechenos. Ramón Lobo quiere entrar en Grozni. Piensa que la única forma de contar lo que pasa en esta guerra es bajar a esos sótanos y conversar con los civiles atrapados, descubrir al lejano lector español que leerá mañana el diario en la comodidad del café un mundo de hambre y muerte.

Ramón Lobo quiere entrar en Grozni y también K, el autoestopista sin nombre, el hombre perdido en los aledaños de la ciudad cercada. El periodista no conduce, va en el asiento trasero del coche, pegado a la única puerta que se abrirá si hay que salir corriendo. El chófer detiene el coche, K sube a la parte de atrás y empuja al periodista a esa puerta maldita que no se abrirá si es necesario. K descubre que el periodista es español, así que sonríe y grita su salvoconducto: “¡Stoitchkov! ¡Barcelona!”. Mal comienzo para entablar amistad con un madridista. Pero estamos en 1995 y Ramón Lobo sabe bien – ¡ay, inolvidable Tenerife! –  que el Barça de Cruyff lleva años reinando.

K monta en el viejo Moskovitch rojo y Ramón Lobo rememora cómo el fútbol le ha acompañado literalmente en sus viajes como corresponsal, desde cromos de jugadores del Madrid para regalar hasta la radio imprescindible para sintonizar los partidos allí donde no llegaba la televisión. “El fútbol acerca culturas, borra fronteras y difumina clases sociales; permite penetrar en el alma de las personas sobre las que el reportero va a escribir. Saber de fútbol no es de derechas o de izquierdas, embrutecedor o inteligente, es solo un conocimiento útil, una herramienta de trabajo”. Buen consejo, aunque este libro no trate de saber de fútbol y de periodismo, sino de sentir el periodismo y el fútbol, una mezcla de pasiones que hace que este texto sea tan breve como enriquecedor.

‘El autoestopista de Grozni y otras historias de fútbol y guerra’. Ramón Lobo. Editorial Libros del K.O. Madrid, 2012. 58 páginas, 6 euros.


‘Keynes vs. Hayek’

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Por 25.000 euros, ¿cuál de estos economistas ganó el Premio Nobel?” El concursante gasta su último comodín: “50 por 15”. “50 por 15, 750”, responde rápidamente el veterano presentador con una amplía sonrisa. El nervioso concursante corrige su error: “Quería decir 50%”. Dos de las cuatro opciones desaparecen. En la pantalla sólo quedan dos nombres: “John Maynard Keynes y Friedrich Hayek”, dice en voz alta el presentador. “Keynes”, responde el concursante. El presentador levanta su ceja, se queda en silencio durante dos segundos que parecen diez y repite: “Keynes. ¿Estás seguro?” “”, responde el concursante… “Claro”, dice el presentador, “porque este Hayek a mí no me suena de nada…

Dejemos que el concursante sufra hasta el final de esta entrada. Al fin y al cabo es sólo un personaje ficticio. Pero si hubiera sido real su mal rato sería una pantomima comparado con el día a día de millones de europeos encarcelados en la prisión sin barrotes del paro. Es esa cárcel que cada día tiene más presos la que hace que la Gran Recesión se parezca cada vez más a la Gran Depresión de los años treinta. Fue en aquella década cuando tuvo lugar el primer asalto del combate entre Keynes y Hayek. Con su Teoría general del empleo, el interés y el dinero’ (1936) el inglés tumbó en lona al austríaco, que tardaría años en levantarse de la lona.

Keynes no era guapo y no se consideraba atractivo – escribe Nicholas Wapshott en ‘Keynes vs Hayek’  -, pero su presencia física imponía. Medía un metro noventa y ocho y siempre iba ligeramente encorvado, costumbre que había adquirido de pequeño. En cuando salió de Eton, se dejó bigote. Lo que más llamaba la atención en él eran sus hundidos, cálidos y atractivos ojos color avellana que resultaban realmente sugerentes. Tanto los hombres como las mujeres caían rendidos a sus encantos. Su dulce voz era capaz de seducir a los más reacios…”. Sobre todo si afirmaba, y demostraba, que los gobiernos podían, y debían, intervenir en la economía para reducir el paro. Era lo que millones de personas necesitaban escuchar y creer.

En la otra esquina del ring estaba Friedrich Hayek, huérfano de un imperio, víctima de la hiperinflación que destruyó la clase media alemana y austríaca en los años veinte, defensor a ultranza de la jibarización del Estado, aunque nunca trabajó en la empresa privada, liberal, que no conservador, dubitativo, demasiado serio y formal, pesimista sin frenos que creía que ningún estado del bienestar sería posible sin convertirse en un Camino de servidumbre’. Su discurso, más complicado y farragoso que el de Keynes, era el de la impotencia. Hayek creía imposible medir los efectos de las decisiones que tomaba cada individuo, así que la única salida a una crisis era “dejar que el tiempo efectúe una cura permanente para que los precios reordenasen la economía.  No era lo que la gente necesitaba escuchar y deseaba creer.

Nicholas Wapshott relata el duelo entre Keynes y Hayek en un libro de prosa ágil, escrito para los que no somos economistas. A los profanos nos descubre que el concepto de multiplicador fiscal, clave en la teoría de Keynes – cada libra/euro/dólar público inyectado en la economía genera dinero en la economía real y viceversa: cada recorte de dinero público también multiplica sus daños -, lo desarrolló Richard Kahn, uno de sus pupilos y que la victoria de Keynes – elegido hombre del año por ‘Time’ en 1965, 19 años después de su muerte – duró lo que duró la felicidad de la economía: las tres décadas de prosperidad estadounidense (y mundial) sin precedentes. En 1980, declararse keynesiano era un acto de valentía y  Hayek podía decir que el keynesianismo había sido pura “charlatanería”, mientras una victoriosa Margaret Thatcher le recibía en Downing Street.

No estoy seguro de si el propio Keynes sería hoy keynesiano; yo sí lo soy”, declaró Oli Rehn en la City de Londres el pasado jueves, casi treinta años después de la victoria de Hayek. Es la frase de un impostor descarado. Porque el comisario de Economía es el defensor oficial de una política de recorte del gasto público que ha provocado que la Eurozona supere la cifra récord de 26 millones de parados. Rehn es el último de una larga lista de políticos con careta. Como narra Wapshott, Reagan se declaró seguidor de Hayek mientras disparaba el déficit inyectando miles de millones en la industria militar, y Clinton, a quien por ser demócrata se le podía presuponer keynesiano, fue el artífice de una desregularización que permitió la gestación de la crisis financiera. Vamos que si Rehn es keynesiano, Obama, que practica una política económica opuesta, no puede serlo y viceversa.

Volvemos al escenario televisivo. La ceja del presentador sigue suspendida, mientras el pie derecho del nervioso concursante golpea repetidamente el suelo y escucha el ultimátum del presentador. “Repito. Por 25.000 euros, ¿ganó Keynes el Premio Nobel… o fue Hayek?” La respuesta es más complicada de lo que parece. Y tiene trampa, claro, como ocurre siempre que hablamos de dinero. Si todavía tienes dudas, pincha aquí.

Keynes vs Hayek’. Nicholas Wapshott. Editorial Deusto. Barcelona, 2013. 400 páginas, 19,95 euros

Pd.: EconStories ha contado el duelo entre Keynes y Hayek en dos vídeos magníficos, inimitables ejercicios de divulgación económica. Uno de ellos ya os lo dejé en la reseña de ‘La gran búsqueda’. Os dejo el otro.


‘Continente salvaje’

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Mujer castigada con el rapado de su cabeza

De forma absurda, nos enseñan que la Historia es una sesión continua de periodos delimitados, donde la explosión de la creatividad artística, la bonanza económica o el terror de las guerras están estrictamente acotados entre dos fechas. Así,  la Segunda Guerra Mundial comienza y termina en Europa con la invasión alemana de Polonia el 1 de septiembre de 1939 y la rendición incondicional de los últimos ejércitos nazis el 8 de mayo de 1945. El gran mérito de Keith Lowe en Continente salvaje’ es romper los muros de este paréntesis y demostrar que el reinado del terror continuó cuando los cañones se callaron y las bombas dejaron de caer.

En tiempos de guerra – escribe Keith Lowe –  las mayores atrocidades no se producían por lo general en la batalla, sino al finalizar ésta”. Su relato es una contabilidad del terror que llegó después del combate, la lista gigantesca de las víctimas del odio, el hambre, la enfermedad y el salvajismo que reinaron durante años en una Europa baldía, tierra sin hombres por la que caminaba una babel de ancianos, mujeres y niños expulsada de sus pueblos en  marchas mortales. No había instituciones, ni policías, ni jueces en aquella Europa hambrienta y malherida. Asusta la magnitud de las muertes producidas cuando presuntamente llegó la paz, los dos millones de mujeres alemanas violadas con total impunidad.  No había más ley que la del más fuerte y morir era más que nunca una cuestión de azar, bastaba cruzarse con el hombre equivocado.

Él me miró con extrañeza y empezó a hablar en ruso muy deprisa. Sonreí y le dije en polaco que no le entendía. Me miró de arriba abajo. Entonces miró mi bicicleta y dijo, «Dawaj czascy» («Dame relojes»). Eso lo entendí (…) Le miré a los ojos, severos y fríos. Le dije que no tenía relojes y le enseñé mis delgados antebrazos. Señaló el bulto cubierto por una manta que llevaba adherido a la barra de mi bici y dijo algo en ruso. Me acerqué, saqué un tarro y se lo entregué. «Mieso», dije. «Towarisz mieso» («Carne, camarada») (…) Levantó el tarro de cristal y durante un segundo más o menos lo mantuvo por encima de su cabeza y lo hizo añicos contra el suelo. Miré al soldado ruso y el miedo se me metió en el corazón (…) Sacó su revólver de la funda, apuntó a mi cabeza y apretó el gatillo. Hubo un sonoro clic. Sin dirigirme la palabra, arrancó su motocicleta y se alejó”.

El relato de este joven judío nos recuerda que la Segunda Guerra Mundial fue un conflicto racial que dejó una terrible herencia: “…había enseñado a la gente que algunas soluciones podían ser radicales, y finales”. La limpieza étnica que iniciaron los nazis con el asesinato industrial de millones de judíos y gitanos, continuó en la posguerra con una diabólica perfección.  Como si se repartiesen nuevas colonias, Churchill, Stalin y Roosevelt movieron fronteras y desplazaron a millones de personas. Mientras la URSS se zampaba un gran trozo de la Polonia oriental, Polonia hacía lo mismo con el este alemán. Checos, húngaros, rumanos, polacos, ucranianos y rusos expulsaron a casi 14 millones de alemanes. Nadie quería volver a ser invadido por el pretexto de ‘liberar’ a una minoría nacional. Millones de personas que salvaron su vida durante la guerra perdieron su identidad cuando llegó la paz.

Y aunque los derrotados fueron las grandes víctimas, sorprende que después de vencido y muerto Hitler culminase su sueño de acabar con la mezcla de razas y etnias que había tejido Europa durante siglos. Tras una guerra civil atroz, los polacos expulsaron a sus compatriotas de origen ucraniano mientras los ucranianos hacían lo mismo con sus ciudadanos de ancestros polacos. A los judíos que lograron sobrevivir al Holocausto no les quiso nadie. Se les marginó y silenció. Eran incómodos para sus vecinos, que se habían quedado con sus casas y sus bienes, y molestos para las autoridades locales que no tenían ningún deseo de hacer cumplir la ley. Tanto, que “el antisemitismo aumentó cuando terminó la guerra”.

El castigo a los culpables también se convirtió en una venganza festiva – en los barrios de los pueblos y ciudades de Francia, rapar a las mujeres que se habían acostado con alemanes era una celebración colectiva – o una matanza contrarreloj. En el norte de Italia, los partisanos asesinaron entre 12.000 y 20.000 fascistas en los días que siguieron al fin de la guerra para evitar que siguieran mandando los mismos que gobernaban durante la dictadura de Mussolini, como pasaba en el sur liberado.  “El castigo severo y riguroso escribe Lowe - no convenía a ninguna nación”. Las mismas autoridades que dejaban impunes crímenes de guerra terribles castigaban a los más inocentes. A 12.000 niños noruegos se les negó la nacionalidad sólo porque sus padres eran  soldados alemanes. Es sólo uno de los muchos ejemplos que demuestran que la ciénaga moral que produjo la guerra no respetó a nadie”.

Continente salvaje’. Keith Lowe. Editorial Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2012. 560 páginas, 26,50 euros.


Mussolini: ¡Machacad Barcelona!

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El bombardeo de Barcelona del 17 de marzo de  1938

CUADERNO DE ROBOS (IX)

Tal día como hoy, un 17 de marzo de 1938, Barcelona sufrió el peor bombardeo de su historia. Los ataques de los bombarderos italianos habían empezado la noche del día 16 y se mantuvieron constantes durante casi 48 horas, hasta matar a casi 900 personas.  Los S-81 Pipistrello’ (murciélago) soltaban sus bombas por la noche. Los S-79 Sparviero’ (gavilán) cogían el relevo mortal por el día.  No había cazas republicanos y la poca artillería antiaérea parecía disparar fuegos artificiales. Los historiadores creen que Mussolini quería mandar un mensaje a la Alemania de Hitler, su nuevo vecino tras anexionarse Austria cuatro días antes con el impulso de un estornudo. O quizá a Francia, donde el socialista Léon Blum acaba de ser nombrado presidente y se enfrentaba al dilema de dejar pasar las armas soviéticas que necesitaba la República y estaban retenidas en los Pirineos.

Yo creo que Mussolini, dictador histriónico que ya había arrasado Etiopía con total impunidad, sólo quería demostrar que podía paralizar una gran ciudad a través del terror, y que lo hizo por el placer de poder hacerlo. Casi logró su objetivo. Nunca antes una gran urbe europea había recibido un ataque semejante. En lugar de concentrar todos sus aviones en unos pocos ataques, la Aviación Legionaria montó un bombardeo en cadena, con pequeñas escuadrillas de 5 ó 6 aviones que dejaban caer sus bombas cada una, dos o tres horas. Así que después de varios ataques los barceloneses no sabían si la alarma indicaba el fin de un bombardeo o el comienzo del siguiente. El peor de aquellos bombardeos, el que causó la gigantesca columna de humo y polvo que ilustra estas líneas, fue el sexto. Ocurrió tal día como hoy, hace 75 años, a las dos de la tarde de un jueves maldito.  Pocos lo han contado tan bien como Marcos Ordóñez en su último libro, Un jardín abandonado por los pájaros.

Una noche de marzo, mientras jugamos al parchís, como todos los lunes, mi madre está a punto de  mover ficha pero el dedo se alza.Tal día como hoy, dice, “hace cincuenta años, tu abuela vio volar caballos por el cielo”. Pepita y yo levantamos la cabeza: eso se llama captar la atención, y era lo primero que enseñaban en las clases de oratoria. O de narrativa, para el caso, porque no hay oratoria sin narrativa (…) La mañana del 17, mis abuelos decidieron ir a Barcelona. Ella tenía que comprar aceite y azúcar. Todavía le quedaban cupones en la cartilla de racionamiento y no era cuestión de perderlos. Él se había dejado el violín en el Novedades. Así era la vida entonces, la vida en tiempo de guerra, la vida que seguía, tenía que seguir”.

Sería rápido, ir y volver. Calcularon el tiempo de que disponían las tres horas habituales entre cada bombardeo. Les dejaron un par de bicicletas y salieron de Molins cuando todavía era de noche. Mi abuela quería llegar antes de que abrieran las tiendas, para estar al principio de la cola. Quedaron en encontrarse luego en el bar Estudiantil, frente a la Universidad. Cuando mi abuela llegó a la tienda de ultramarinos que estaba en la esquina de la plaza de los Ángeles, había ya veinte o treinta personas esperando, y la cola ocupaba un buen trecho de la calle del Carmen”.

Ahora mi abuelo acaba de llegar al Novedades, en la esquina de Caspe y paseo de Gracia, y está hablando con el portero, que no deja de mirar al cielo. En las calles hay poco tráfico. Escasos coches y apenas algunos taxis. Bicicletas apresuradas, algunos tranvías y algunos camiones militares, como el que se ha detenido en el cruce de Gran Vía con Universidad. La cola del aceite se aviva: mi abuela está casi en la esquina de la plaza. Enfrente hay dos carros de la basura, tirados por caballos. Los basureros están haciendo una pausa y se pasan un cigarrillo de boca en boca. Mi abuela recuerda ese detalle porque, mezclado con el olor de las boñigas, llegó hasta ella el humo hediondo (fum de sabatots) de aquel tabaco paupérrimo, hecho de restos de colilla o de hierbas puestas a secar en hojas de diario, como el que fumaba mi abuelo entonces”.

Mi abuelo escuchó la sirena desde el camerino del teatro, con el violín en las manos. Los integrantes de la cola del aceite se echan al suelo como fichas de dominó. Mi abuela se lleva la cuchara de madera a la boca. Los caballos están enfilando la calle del Carmen en dirección a la Ronda. El camión militar está casi en la esquina de Gran Vía con Balmes. Se dirige al frente de Aragón y lleva cuatro toneladas de trilita (…) Mi abuelo ve venir los aviones y echa a correr hacia el paseo de Gracia, en dirección a la tienda de ultramarinos. Cuando suena la segunda alarma se queda inmóvil. Le obligan a tirarse al suelo. Abraza el violín como si fuera un bebé. En el silencio que sigue oigo crujir un instante la madera del estuche bajo el peso de su pecho”.

Mi abuela ve una bandada de palomas que echan a volar. La primera bomba cae en la plaza Universidad. La segunda impacta de lleno en el camión cargado de trilita, frente al cine Coliseum, donde ocho años antes vieron El desfile del amor’. Fue una explosión tan salvaje que muchos creyeron luego que el Eje había probado en Barcelona un nuevo tipo de arma a la que llamaron ‘aire líquido’ (…) Mi abuela levanta la cabeza y ve las patas de los caballos volando por el aire como a cámara lenta, por encima de los terrados. Puedo escuchar los relinchos de los caballos, como una chirriante orquesta de sierras a todo volumen (…) Mi abuela intenta llevarse la mano a la cara y entonces ve unos extraños agujeros en la manga de su abrigo, como si unas polillas gigantes hubieran roído la lana. De repente, comienza a brotar sangre por los agujeros. La mano no puede llegar a su rostro. Piensa que se le ha dormido por el peso del cuerpo. Todavía no sabe que su brazo derecho cuelga de un hilo de carne. Rompe a gritar antes de desmayarse…

Los abuelos de Marcos Ordóñez sobrevivieron. No tuvo tal suerte Julia Gay, la madre de los hermanos Goytisolo. José Agustín contó su muerte en Donde tú no estuvieras y Juan en Coto vedado’: “aunque conozco las trampas de la memoria y sus reconstrucciones ficticias, conservo el vivo recuerdo de haberme asomado a la ventana de mi cuarto mientras ella, la mujer en adelante desconocida, caminaba con su abrigo, sombrero, bolso, hacia la ausencia definitiva de nosotros y de ella misma: la abolición, el vacío, la nada”.  75 años después de aquellos tres días sangrientos, AltraItalia, una asociación de italianos residentes en Barcelona, ha conseguido que la Audiencia de Barcelona investigue los bombardeos como un crimen de guerra, aunque sea ya imposible hacer justicia.

‘Un jardín abandonado por los pájaros’. Marcos Ordóñez. El Aleph Editores. Barcelona, 2013. 480 páginas, 20 euros.


‘Todo lo que era sólido’

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Lo sabían los mejores economistas, lo denunciaron los inspectores del Banco de España e incluso lo repetía todos los fines de semana en la comida familiar mi tío, albañil jubilado: la burbuja del ladrillo iba a estallar y se lo iba a llevar todo por delante. Pero nadie les escuchó. Los políticos que mandaban se taparon los oídos mientras reprendían a quien hablaba de burbuja. No querían detener una maquinaria enloquecida que les permitía vivir en la ficción de la Champions League de la economía y que llenaba los bolsillos de unos pocos mientras endeudaba a la inmensa mayoría.  Todo el país parecía una fiesta, aunque los pobres siguieran siendo pobres.

Yo tampoco veía nada, absorto en mi escritura, encerrado en 2007 en mi cápsula de tiempo de 1936” mientras escribía La noche de los tiempos’.  Hay que leer hasta la página 151 de Todo lo que era sólido’ para encontrar el primer ‘mea culpa’ de Antonio Muñoz Molina. No es el único, porque más adelante el escritor se define como “…cómplice yo también de la larga irrealidad española”. Una irrealidad que vio desde un escenario privilegiado: el Instituto Cervantes de Nueva York, que dirigió entre 2004 y 2006. Allí, a la capital del mundo, acudían durante los años locos políticos repletos de ego – nacionalistas, socialistas, populares – siempre prestos a despilfarrar el dinero público en presentaciones absurdas a las que sólo acudía la comitiva que les acompañaba. Iban a Nueva York, hacían mucho ruido y sólo aparecían en la televisión autonómica, en el periódico de su capital.

Este es el sitio más especial del palacio. Cuando te sientas aquí  es cuando tocas de verdad el poder”. Es la frase de Zapatero que Muñoz Molina recuerda de su visita a La Moncloa, cuando el presidente prometió más dinero para el Instituto Cervantes porque cada año España tenía más dinero. Es uno de los mejores pasajes del libro junto con las visitas de Camps y Enrique Bañuelos a Nueva York, símbolos perfectos de los dos grandes adoradores del ladrillo: políticos y constructores. “El dinero amedrenta y hechiza, aturde con su monstruosa capacidad de multiplicación. El dinero levanta construcciones tan simbólicas y tan destinadas a amedrentar a los débiles y a los crédulos y los ignorantes como los zigurats mesopotámicos o los vestíbulos de altas columnas macizas de los templos egipcios. El dinero parece lo más irrefutable y tiene el poder de comprarlo todo y trastornarlo todo y de pronto se evapora y ya es como si no hubiera existido”. La crisis económica comenzó con una crisis moral, tan profunda que el cinismo caló a casi todos.

La Expo del 92, sostiene Muñoz Molina, fue el primer gran simulacro de la España que vendría después. Pero su crítica se remonta más atrás, a los años inmediatamente posteriores a la Transición cuando los políticosprefirieron ocupar las instituciones antes que reformarlas por dentro (…) Cambiaron las leyes no para hacerlas mejores sino para asegurarse de que podían actuar al margen de ellas”. Es como si la España del ‘pelotazo’ de los ochenta hubiera sobrevivido al turno de gobierno (allí donde se ha producido) y se hubiera hecho cada vez más fuerte y poderosa. Llegó así la incompetencia y la corrupción, el servilismo y el partidismo. “Ni en las épocas de más abundancia ha sobrado el dinero para lo que era necesario”: un estado de bienestar que no se agrietase tras el primer embate de la crisis.

Dice Muñoz Molina que despertó con el 15M, cuando vio a sus hijos acampados para reivindicar su futuro. Como ellos, el escritor desconfía de los políticos que nos representan y apela a “una serena rebelión cívica”. Porque estamos en el filo del acantilado y el próximo recorte puede provocar que todo lo que creíamos sólido se derrumbe. Cree el escritor que la rebelión debe comenzar desde la profesionalidad del trabajo bien hecho, de los barrenderos a los periodistas. Es imposible no estar de acuerdo. Aunque cuesta creer que sólo así podamos salir de la crisis, es el primer requisito y lo podemos y debemos cumplir todos.  Por eso me sorprende que su libro esté publicado en un papel tan áspero que casi molesta tocarlo, que esté fresado y no cosido, como si su editor no se hubiese leído el libro. O lo hubiera hecho pero no hubiese entendido nada.

Todo lo que era sólido. Antonio Muñoz Molina. Seix Barral. Barcelona, 2013. 256 páginas, 18,5 euros.

Pd.: La imagen que ilustra estas líneas pertenece a Julia Schulz-Dornburg, una arquitecta barcelonesa que ha documentado las heridas del ladrillazo. Podéis ver sus fotos en la exposición Ruinas modernas; una topografía del lucro  (en la sala de exposiciones del ICO hasta el 13 de junio) o directamente en su libro.


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